martes, 1 de enero de 2013

Fragmento de Habitaciones, de Emma

“(...) John y mi marido salieron a buscar más bebida. Quedamos solas; yo en la cocina, preparando algo de comer. Pretexto para no quedarme frente a frente. Pero tal vez ella aguardaba ese momento y se vino a la minúscula cocina a ayudarme con las cacerolas. “Qué hacés me dijo, tuteándome por vez primera, dejá eso. Tenés ganas de que te bese, ¿no es así?” Sorpresa y timidez me trabaron la respuesta. Sólo asentí con la cabeza. Se hincó en el suelo frente a mí, con ademán resuelto levantó la pollera, bajó la bombacha y me besó. Y yo esperando con mis labios hambrientos. A partir de ese momento, toda yo fui un ser ansioso, enloquecido, frenético, detrás suyo como un perro tratando de repetir una experiencia que no había pasado de eso, pero que se convirtió para mí en una muestra de sabiduría, de deferencia, de halago, de cariño, de algo diferente de lo que era nuestra vida de grupo humano sin ton ni son. Ella no había bebido demasiado, ella sabía que yo la esperaba, ella había elegido el momento pero luego, al oír el ascensor, se había levantado y vuelto a su asiento, sin otra referencia posterior que alguna mirada de complicidad. Me querías, ahí me tienes, parecían decir sus ojos. Yo soy así, cherie. Nunca más logré, sin embargo, encontrarla a solas, nunca más pude siquiera devolverle como ansiaba una torpe caricia mía. Aquel aterrador e inigualado momento se perdió entre tantos otros y me dejó una sed intensa, una violencia diferida y el deseo inalcanzable de recostar mi cabeza entre sus pechos caudalosos y tentadores”.

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