miércoles, 27 de febrero de 2013

Para hacer el retrato de un pájaro / Jacques Prevert



Pintar primero una jaula
con la puerta abierta
pintar después algo bonito
algo simple, algo bello,
algo útil para el pájaro.
Apoyar después la tela contra un árbol
En un jardín en un soto
o en un bosque esconderse tras el árbol
Sin decir nada, sin moverse
A veces el pájaro llega enseguida
Pero puede tardar años
antes de decidirse.
No hay que desanimarse
Hay que esperar
Esperar si es necesario durante años
La celeridad o la tardanza
En la llegada del pájaro
no tiene nada que ver
con la calidad del cuadro.
Cuando el pájaro llega, si llega
observar el más profundo silencio
esperar que el pájaro entre en la jaula
y una vez que haya entrado
cerrar suavemente la puerta con el pincel.

Después borrar uno a uno todos los barrotes
cuidando de no tocar ninguna pluma del pájaro.

Hacer acto seguido, el retrato del árbol,
escogiendo la rama más bella para el pájaro,
Pintar también el verde follaje
y la frescura del viento,
el polvillo del sol
y el ruido de los bichos de la hierva en el calor estival
y después esperar
que el pájaro se decida a cantar.

Si el pájaro no canta, mala señal,
señal de que el cuadro es malo,
pero si canta es buena señal,
señal de que podéis firmar.
Entonces arrancadle delicadamente
una pluma al pájaro
y escribid vuestro nombre
en un ángulo del cuadro.

lunes, 18 de febrero de 2013

Delincuentes de la cultura


Ayer por la mañana [15 de febrero], Brian Murphy, miembro de la Comisión Directiva del Centro Cultural y Social El Birri, fue detenido en las instalaciones del Centro en General López al 3600 de la Ciudad de Santa Fe.  En el video que testimonia su detención grita: ¿Saben ustedes quién es Fernando Birri? ¿Saben cuál es su obra, lo que vino a hacer acá?

La creencia de ingresar a un lugar mágico. Eso sentí la primera vez que ingresé a El Birri el año pasado. El Centro Cultural y Social funciona desde hace dieciocho años en las instalaciones de la Vieja estación Mitre de la ciudad de Santa Fe. Sin embargo, como escribe Juan Manuel Berlanga: “Gran parte de los santafesinos ni siquiera sabe qué es “El Birri”. Mucho menos conoce a quienes trabajan allí. Y, por supuesto, también desconoce qué es lo que allí ocurre. Una sociedad indiferente, cínica y olvidadiza carece de los elementos básicos  para comprender lo que allí ha ocurrido este viernes 15 de febrero.”
Lo que sucedió este viernes fue la orden de desalojo al Centro por parte del Municipio santafesino –bajo la gestión de Corral-, sustentada bajo la decisión de rescindir el contrato que mantenía el Municipio de la ciudad con esta asociación civil para el uso de las instalaciones de esta ex estación de trenes.
Cuando Brian, parte de El Birri, quiso ingresar al lugar que estaba clausurado fue motivada su detención.
El Periodico Pausa siguió los sucesos. Como informa en su perfil de Facebook: “En la acción estuvieron implicados efectivos de la policía provincial, agentes de seguridad sin identificación de la Municipalidad y funcionarios, como el subsecretario de Prevención y Seguridad Ciudadana de la Municipalidad, Sebastián Montenotte”. Sin embargo, el desalojo fue detenido al mediodía gracias a la defensa popular de los vecinos y distintas organizaciones. Durante los momentos de desalojo se produjeron diversos destrozos dentro de la estación.
El argumento esgrimido por parte del gobierno municipal es la Puesta en valor. La profesora Adriana Falchini es encarga en pocas palabras de deconstruir este argumento eufemístico: “¿Seremos capaces en la ciudad de entender que 'puesta en valor' nada tiene que ver con el patrimonio?, término venido de la mercantilización de la memoria. Ese término alude a pensar los edificios como paredes y no como construcciones culturales. Los edificios no son sólo paredes, están HABITADOS, tienen historia humana.” Como esgrime Falchini, la responsabilidad del Estado debe existir, pero reconociendo como interlocutor legitimo a lo que ya existe. Como señala, “No se puede hacer DESAPARECER (tapiando, llevando presos, criminalizando groseramente, destrruyendo).  Cuando se ostenta poder económico, fuerza de represión y avasallamiento, dominio de los medios masivos de comunicación, criminalización e injurias se ejerce ABUSO DE PODER. ABUSO DE AUTORIDAD. Y eso sí que es grave. “
El Birri no es el primer centro cultural atacado en el contexto nacional. Los paranaenses tenemos aún una lucha pendiente para recuperar el Gloria Montoya, y asuntos similares ocurren con la porteña Sala Alberdi. Tanto el gobierno urribarrista en Entre Ríos, el radical en Santa Fe y el amarillo Pro de Capital parecen coincidir en un concepto de cultura elitista que aún no logra entender nada sobre las construcciones culturales comunitarias. Un concepto de cultura esgrimido por el poder, que le tiene mucho miedo a la democracia de Asambleas populares que organizaciones como El Birri llevan a cabo.
Podría contar aquí las numerosas actividades que El Birri realiza. Pero la palabra de Brian, con la resistencia heroica ante el violento arresto, las dice mucho mejor. El video puede verse aquí. Por otro lado, la coferencia de prensa brindada al día siguiente, puede oírse en parte acá

Mientras pienso en el mote de delincuentes puesto tácitamente, a veces, y otras explícitamente, sobre los trabajadores de la cultura no puedo evitar pensar en lo que me enseñaron alguna vez: Cuando te digan “Qué Puto que sos”, tenes que apropiarte del término, procesarlo críticamente y devolverlo hecho bandera.  Si a quienes tratamos de generar espacios culturales alternativos y realmente populares, si quienes creemos que a El Molino, o la Redonda en Santa Fe no entra todo el mundo, se nos llama delincuentes, quizás sea hora de asumirnos como tales. La cultura se roba, no hay otra forma de apropiarla, de hacerla realmente pública.

Hay un derecho humano a la cultura que debemos re conquistar cada día. Que debemos seguirle robando al poder. En palabras del mismo Fernando Birri, esto suena más claro:  “Nadie tiene derecho –ni el rey ni el papa ni el general- a impedir a un niño que crea que las mariposas son estrellas que vuelan, nadie tiene derecho –ni el que pisa con el pie diestro ni el que pisa con el pie siniestro- a caminar aplastando los malvones, nadie –ni el que vive en la cueva o en la intendencia o en la casa rosada de vergüenza- puede arrogarse insolentemente el derecho de llevarse el índice a la boca y ordenar el silencio en el concierto de ruidos, rugidos, suspiros, himnos, alaridos, llantos y canciones amorosas del mundo. Nadie.”

 Kevin Jones,
para Río Bravo 


viernes, 15 de febrero de 2013

Yo muero todavía / Arnaldo Calveyra

 
    Te lo digo, te lo digo, tienes que creerlo, nos estamos volviendo esta cosa increíble que es el amor, un brazo es un abrazo, las estrellas más se internan descalzando flores, tus enanos muertos que pisabas ayer tarde, el agua, las aguas aquellas que miramos con un oído atento hacia las caras, sin saberlo, sin saberlo.

   El viaje largo presentido, larguísimo callado, la casa por la copa de los álamos, el lado de sombra de tus ríos, la pandorga alta queridísima entregada con una mano, aquella palabra que llegó una tarde a pasar la vida con nosotros.

   Encendido por el viento, ningún manantial pisa la tierra, el amor había que nomas que darlo todo, si no ¿quién habría de quedarse en casa cuando ya todos nos hayamos ido?, invierno de aquel año en que moríamos de niños, nada cesa pero el amor no cesa, ¡qué mineral, cuánta greda en un fantasma!

   Yo sé, tienes que creerlo, yo muero todavía, ya me animo al amor con los ojos abiertos, yo lindo todavía, alambrada mía, río de sonda que me paras en dos patas de conseja camino hacia tus bocas, dame de esas lámparas que pasan, de esas estelas que se apagan al hallarse, llévame para siempre conmigo fuera mío, no dejes que yo entre más en tantas casas sin hallarte, los mil dedos por noche de mis manos, laberinto que no extravías al que abre la boca sin su grito mudo, escucha, no escuches a las alas que no coinciden al cerrarse, nos estará, si, ya gozando la inolvidable muerte.

 


sábado, 9 de febrero de 2013

Estábamos hablando del amor

         
            -Hijo, yo diría que empezaste malas cosas -dijo el juez subiéndose el cuello de la chaqueta-. ¿Por qué había de importarte una chica? ¿Te ha importado alguna vez una hoja?
             Riley, sin dejar de escuchar al gato salvaje, con la mirada intensa de un cazador, apartó las hojas que el viento arrastraba junto a nosotros como mariposas de medianoche, vivas, temblorosas, como si quisieran escapar y volar. Una se quedó atrapada entre sus dedos. También el juez tomó una hoja, que pareció tener más valor en su mano que en la de Riley. Apretándola suavemente sobre su mejilla dijo distante:
             -Estábamos hablando del amor. Una hoja, un puñado de simiente...Empieza con eso, aprende un poco lo que es el amor. Primero una hoja, la caída de la lluvia, después alguien que pueda recibir lo que la hoja te enseñó, lo que maduró la lluvia. No es un proceso fácil, compréndelo: puede exigir toda una vida, como me ocurrió a mí, y aún no he logrado dominarlo ni creo que lo haga nunca. Solo sé esta verdad tan grande: que el amor es una cadena de amor del mismo modo que la naturaleza es una cadena de vida.

Truman Capote, en El arpa de hierba

sábado, 2 de febrero de 2013

La soledad de Aquiles


(...) Aquiles rompió en copioso llanto al verlos alejarse; 
se alejó él también de sus compañeros  y fue a sentarse a la orilla del mar; 
clavó sus miradas en el piélago inmenso  y extendió los brazos para invocar a su madre...

La Iliada - Canto I, La peste y la cólera

Son las 8,45 de la mañana. Él se despierta. No recuerdo si dormí o no. Está toda la extensión de su cuerpo -"estaba abandonado el desnudo de tu piel" dice el poema que encabeza mi cama- sobre mi cama, y el mío también. E incluso logro ubicar mi rostro lo suficientemente lejos del suyo como para observarlo. 
Se pasa los dedos por sus parpados. Acaricio su espalda. Acaricio sus nalgas a través del boxer. Me besa. Me pide que le alcancé el celular. Sé que es el primer gesto que anuncia su retirada. Ojalá los hombres supiéramos retirarnos de las habitaciones con mayor estilo, ojala supiéramos no herir nada del efímero jardín que nos ha tomado toda la noche anterior construir. Sin embargo, ya sé que en cuanto pise el suelo será inevitable que algunas flores sean aplastadas. 
Mira el celular. Me vuelve a besar. Me besa pidiendo disculpas, me besa atenuando los pequeños golpes que seguirán. Lo sé. Pero hay que jugar. Sino no tendría nada sentido. 
Acepto sus besos. Y lo dice: "Creo que me voy a ir yendo". Lo acepto. (¿Debería haber puesto mayor empeño? Ya le había dicho antes que deseaba dormir junto a él: habíamos pasado, creo, una hora durmiendo juntos, ¿esa era su justicia salomónica?) Le alcanzo su ropa. Se para. Se pone mal la camisa. (Quisiera tener siempre el pelo así, como cuando han puesto una mano sobre él y revuelto, como ese desorden ordenado que veo en el espejo que hace de eje de la habitación) Aún así, la escena es hermosa. 
Su rostro dormido, su camisa y su boxer. Lo digo: "Así estarías hermoso para una foto" (He abusado de la palabra hermoso esta noche. Hay que cuidar siempre el estilo: Las construcciones verbales son siempre un andamiaje a punto de caer. El adjetivo, cuando no da vida mata, dicen) No repara en mi acotación. Se termina de vestir. Pasa al baño. Vuelve. Es el quinto beso, el quinto pedido de disculpas tácito. Me visto. Aunque salgo solo hasta el patio de delante. Me dice que me deja el alfajor que le di anoche -No come cosas dulces- y revisa la caja de cigarrillos mentolados vacía: "Quedatela de recuerdo", dice despreocupado. No presta atención a las palabras que dice, pero yo sí: he perdido el hechizo ya. Tengo ganas de preguntarle si va a volver. "...de recuerdo". Estoy a punto de hacerlo, "...de recuerdo". Quizás decirle que ya detesto los recuerdos. Que no soy capaz de recordar más. Quiero cuerpos, materias. Que estén vacíos, que sean sacos de arena contra el universo maldito, pero que sean cuerpos. 
Se va. Ordeno las cosas. Guardo la caja de cigarrillos. Guardo un recuerdo. Me acuesto.

Han pasado dos noches ya. Sin embargo sigo pensando en ello. Pienso en Sofia y yo tirados en el piso tratando de entender algo. (Yo le dije: "Él me dijo que si lo seguía tocando así lo enloquecería. Eso fue hermoso. Pero sé que es mentir" y ella dijo: "Ese es el problema: ¿Por qué no podemos creer que es verdad?") Pienso en la conversación con Andrea hoy sobre cómo la sociedad nos ha dado el mandato de estar en pareja. Pienso en las ganas que me dan en este preciso momento de revolcarme en la cama llorando hasta compadecerme de mí mismo. Pero no, nunca me lo permití  y ahora ya es tarde para re educar mi cuerpo. 
Hace un tiempo, cuando leí por primera vez el canto primero de La Iliada lloré una o dos lágrimas. Sin querer, había un pasaje insignificante que describía en pocas palabras el llanto de Aquiles frente al mar cuando es deshonrado. Tuve que detener la lectura, mirar con fuerza la pared, con más fuerza, y poder derramar esas lágrimas. 
Más tarde pensaría de nuevo en ese pasaje cuando escuchaba Desarme y Sangra de Charly García.
Aquiles es el héroe más grande que los ideales griegos fueron capaces de imaginar. Y es por tanto, el mayor héroe occidental. Él es enorme en su cólera, enorme en su valentía, enorme en su fuerza. Y enorme en su tristeza. 
Alguien, hace más de tres mil años, dibujo con el tono de su voz a un hombre que lloraba frente al mar. Un hombre que se sentía solo mientras veía el resto alejarse. Un hombre cuya mayor angustia fue esa desarticulación de la estructura social que le daba razón de ser a través del honor. Un hombre que se encontraba a sí mismo frente al mar, y no podía hacer más que llorar. 
Alguien hace unas décadas escribió en este país una canción sobre esa enorme soledad de los hombres. Sobre ese momento en que dejamos de lado nuestras armaduras y excusas, desarma y sangra.
Parece que al fin y al cabo es cierta la verdad borgeana. Todos somos el mismo hombre, quizás productos del mismo sueño. Todos somos Aquiles, solos, llorando frente al mar. Todos corremos detrás de otros, buscando salvarnos de algo que ni siquiera sabemos qué es. 
No estoy triste porque David quizás no vuelva a mi habitación. Él no se fue de esta pieza. Él es, obviamente, todos los hombres del mundo. Todos los hombres del mundo que quizás no vuelvan a esta habitación.

Viernes, 22 / Alejandra Pizarnik

     
      Palabras. Es todo lo que me dieron. Mi herencia. Mi condena. Pedir que la revoquen. ¿Cómo pedirlo? Con palabras.
       Las palabras son mi ausencia particular. Como la famosa <<muerte propia>> (famosa para los demás), en mí hay una ausencia autónoma hecha lenguaje. No comprendo el lenguaje y es lo único que tengo. Lo tengo sí, pero no lo soy. Es como poseer una enfermedad o ser poseída por ella sin que se produzca ningún encuentro porque la enferma lucha por su lado -sola- con la enfermedad que hace lo mismo. Yo escribo a falta de una mano en mi mano, a falta de dos ojos frente a los míos, a falta de un cuerpo exterior a mí sobre el cual apoyarme -un minuto siquiera- y llorar. (Lágrimas visibles, que se puedan secar, que la mano deseada sepa enjugar.) Este silencio de las palabras que me invaden, de las que digo y escribo, es el horror, el vértigo, el dolor en su estado más puro. ¿En dónde hallar una presencia humana que me calme? Nunca nadie lo pudo; ni amigos ni amantes. Sólo cuerpos vacíos que apenas diferencio de las cosas y sólo fantasmas que he amado hasta pulverizar mi conciencia y mi memoria.


-alegrías de la madrugada-


            Taller 08-11-2012
            Para controlar medianamente nuestra vida, catalogamos o ponemos un nombre a absolutamente todo: cosas, relaciones, etc; pero hay veces en que se producen sucesos, o sentimos, o tenemos sensaciones que no podemos encontrar la palabra exacta para describirlos.
            Por eso, por medio del lenguaje que todo lo puede, tratamos de aproximarnos a esas ‘cosas’ que pasan, y es un modo de sentirnos más tranquilos. La literatura es una buena herramienta: podemos encontrar las palabras más cercanas posibles, o bien las palabras justas de los que queremos decir.
Siempre nos hablan de libros, cuentos, autores y de más, pero nunca nos hablan de la literatura en sí. Para qué sirve, por qué existe, cuál es su lugar en el mundo.
            Hay una frase muy popular que puede ayudarnos a entender de qué se trata la literatura y dice así:
         
            Juguemos en el bosque,
            mientras el lobo no está.


            Mientras el lobo se mantiene lejos tenemos un momento para jugar, para crear, para establecer nuestras propias reglas de juego, siendo conscientes que estamos jugando. La literatura es  ese espacio que se mantiene en el borde de lo exterior y de lo interior. Es esa frontera que está en constante tensión con ambos planos; pero es una frontera en la cual las reglas son diferentes.
            El mundo existe por medio de las palabras, todo lo cotidiano se nombra, todo tiene nombre, y una referencia, a diferencia del mundo ficcional, en el cual no existe referencia alguna, lo cual no implica que sea verdad o mentira lo que se encuentra en los cuentos o en los relatos, simplemente por el hecho de que no se refiere a nada de este mundo. Es otro plano, lo que provoca incertidumbre al lector o al escuchador. Es y no es al mismo tiempo: es porque lo conocemos por medio del lenguaje, entonces es en el mundo, y no es puesto que no podemos relacionarlo con objetos de este mundo.
            Eso es lo que quiero que logren, entender que la literatura se encuentra en  esa frontera, que no es un todo yo ni tampoco un todo no-yo, sino que se encuentra al borde. 
            La literatura ayuda a crear nuestra visión del mundo, a construir mundos también. Por eso cuando leemos, una palabra ya no vuelve a significar lo mismo en nuestra vida. Cambia totalmente la concepción que teníamos de ella antes de tocar un libro, un cuento, una frase, una canción.
            Pero esta maravilla se muestra de manera consciente sólo en aquellos que se toman un tiempo, suspenden el mismo tiempo y se introducen en la frontera indómita. Esos “aquellos” logran crear una “situación”, un espacio y tiempo material para comenzar el pacto con la ficción.
Sofía