domingo, 17 de noviembre de 2013

Otras cartografías de la lectura

Recuerdo que dicen que el tiempo para leer, como el tiempo para amar, hay que robárselo a la vida

Una docente durante un Taller alrededor de situaciones de lectura.

Recogido por Laura Devetach en Palabras para Scherezadas.


1

Traigo aquí una serie de preguntas, inquietudes y visiones que se han sucedido en estos últimos dos meses desde una micro acción barriletera. Desde fines de agosto, la Biblioteca Esos otros mundos de esta institución ofrece  un Taller/Espacio poético abierto al público de forma semanal –los días Martes a las 17,30hs. Este encuentro, en tanto que tal, moviliza y tensa cuestiones alrededor de una Biblioteca. ¿Qué concepto de lectura debemos comunitariamente elaborar desde este espacio? ¿Cómo somos coherentes con ese concepto? ¿Qué hace la lectura con nuestros niños, los que vemos en esta casa cada semana? Qué pasa cuando alguien de repente abre un libro y lee algo así como este poema de Edith Vera…

Una vez que se ha pronunciado
la palabra amapola
hay que dejar pasar algo de tiempo
para que se recompongan
el aire
y nuestro corazón.

Esas preguntas han recorrido parte de los textos que he publicado este año aquí. Porque, como siempre afirmamos, esta revista se escribe en la praxis –en el hacer- que nos reúne y convoca cotidianamente alrededor de Barriletes.
Una versión más breve de este texto fue publica en Septiembre de este año en la revista digital Río Bravo. Me pareció necesario regresar sobre esos apuntes, ampliarlos, cuestionarlos o reafirmarlos. Y también, ponerlos aquí sobre la mesa de lo que hacemos y lo que resta por hacer.
Nuevamente, las hojas de Barriletes se me antojan un cuaderno de notas. Público y sin muchas fronteras. Desbordante quizás. No porque lo que se diga en ellas sea de mucha lucidez. Sino porque los temas se conjugan entre sí y, como en todo cuaderno de notas, van más allá de sí.

2
La reunión es diminuta. Tres, o cuatro personas, alrededor de un par de hojas. Los grupos de lectura suelen ser de esta forma. Y los encuentros que se suceden en Barriletes cada semana no escapan a ello. Desde hace un tiempo nos estamos reuniendo aquí para leer algunos autores, y jugar con sus textos. El encuentro se produce cada martes, a esos de las cinco y media y se extiende unos momentos en la tarde. 

Una de esas tardes, una mujer habla sobre sus experiencias con la literatura. “Y, antes, no se podía, ¿viste?”, me dice en primer lugar. Se excusa automáticamente. Y deja supuesto ese no poder, ese “no se podía”. (¿Antes no se podía leer? ¿Cuál es ese indefinido pasado? ¿Ahora podemos?). “Entonces en tercer grado tuve que dejar la escuela. Había que trabajar. La vida antes, en el campo, era
así.”, señala con esas u otras palabras similares. Y enseguida se asocian en su relato la escuela y los permisos de la lectura, los lugares donde se puede –o se debe- leer. “Así que yo”, me dice, y lo repite al yo, como buscándose, “yo no tuve mucho de esto”. Y de nuevo lo indefinido. Esto, aparentemente, es la lectura de unos relatos que acabamos de hacer. La mujer se queda en silencio. Es lo que llamaríamos una mujer grande, de esas cuya voz parece venir de más lejos. Encuentra de nuevo su relato, parece que el silencio ha sido necesario para dar paso a la confesión: “Pero” –y ese pero se esfuerza en quebrar la hegemonía de todo lo que ha dicho antes, de su dejar la escuela, de su tener que trabajar…- “cuando había luna y yo tenía muchas ansias de leer, me ponía en la ventana. Luz de luna, porque velas había pocas y eran caras. Entonces yo me ponía en la ventana y buscaba palabras en el Diccionario, y leía sus significados. De ahí o de la Biblia otras veces. Eran los únicos libros que había.”


3

De la Biblioteca Popular Caminantes de Paraná saqué hace un tiempo Estela en el monte, una novela de Sergio Delgado. Los lectores podemos relacionar ese título con una cierta “estela” que dejan las cosas a su paso: Los indios en el monte, perseguidos por una serie de colonos; los colonos mismos en su expedición; y un viajero con su mujer y su hijo que abandonan Santa Fe para radicarse en Francia. La novela parece querer retener la estela que van dejando esas personas mientras transitan el monte. Todos son allí gente que viaja.

A su vez, la persona que lo leyó antes al libro dejó su estela. Hay en torno al libro algunas marcas. Por un lado, pueden dejarse caer de él dos o tres boletos de colectivo. El ocho. Pasajes viejos. Incluso uno de ellos está a punto de perder las inscripciones que lleva encima. Solo queda, en efecto, una leve marca que evidencia, a su manera, un viaje.

Me encuentro también cada tanto con pequeños pedazos de papel que contienen dentro suyos fragmentos del libro. Cierto párrafo es transcripto por esa lectora, y puesto en aquel pedacito de papel para marcar su paso. ¿Acaso para detener las palabras del libro? Como si esas palabras, como los indios del monte que ellas dicen, se estuvieran escapando a cada momento. Como si fuera necesario atraparlas en otro papel. Así asisto a la lectura del libro, pero también a las marcas de alguien que lo ha leído -¿qué lo ha viajado?

El monte mientras tanto está allí en todo el libro. Metáfora de lo que no podremos agarrar, tal vez. La novela dice:  “El monte que oculta al monte. Un aquí sin consistencia, que se retrae detrás nuestro, al segundo de haberlo abandonado y que adelante no es más que la inmediatez escurridiza, un brusco aparecer y desaparecer sin solución de lo mismo y distinto.


Y alguien anotó a un costado otro párrafo: “Es algo incluso más inasible, que no tiene una forma concreta: en el monte nunca hay en realidad un avanzar ni un detenerse. Nunca hay un aquí, porque espacio siempre está resolviéndose más allá, en un lugar apenas entrevisto…”

Leer se aventura entonces como una forma de atravesar el monte. Pero un monte inasible. Entonces no habría ni un avanzar, ni un detenerse.

4

Michéle Petit narra en uno de sus últimos textos, El arte de la lectura en tiempos de crisis, que un hombre leía poemas antes de ir a trabajar. Ofreció su testimonio como lector a la autora. Ella seguramente hizo la pregunta que ha recorrido su obra desde siempre: ¿Por qué lee? Él respondió que así sentía que no le robaban todo el día. Así, se quedaba un pedacito del día para sí.

5
Lectura y desvelo.
En el primer capítulo de la primera parte del Quijote (publicada en 1605), a la hora de narrar los aparentes motivos de la locura quijotesca, se nos dice que el hidalgo caballero leía desvelándose por desentrañar el sentido de algunos trozos de texto.
A modo que, “él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro”.
Quijote es aquel que ha enloquecido por leer. Sí. Pero, sin embargo, si hacemos caso al texto, debemos buscar estos motivos en los modos de la lectura de Quijote.
Enseguida de comenzada la monumental novela, se nos presenta ese extraño personaje como un lector desvelado. Alguien que lee de noche. Tal y como aquella mujer que leía las palabras del diccionario bajo la luz de la luna.
La lectura desvelada, como el mismo desvelo, implica los peligros, los riesgos, lo rebelde de lo no debido. Leer desvelado implica quitar el velo por una parte, pero también hacerlo del modo incorrecto. Y es esto efectivamente lo que sucede con nuestro personaje que, “asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía que para él no había otra historia más cierta en el mundo.”
Y allí están, de tanto en tanto, los que han leído de claro en claro. Los que roban tiempo, vida. Los que robaron a la literatura un imaginario. Como Quijote. Pero también como nosotros. Nosotros, que, sin tener las virtudes del más ilustre de los caballeros andantes, intentamos horadar la lectura para entrar a ella por otros sitios.

Tratar de (re)pensar la compleja relación que tomamos con lo que leemos.

Mientras ciertos discursos –más o menos oficiales- señalan a la lectura como un acercamiento a la información o, simplemente, como un buen hábito, las cartografías de “otra lectura” se van expandiendo en las grietas que se abren, las fronteras que se ensanchan.

Pareciera ser que la lectura verdadera –o mejor, la más vívida- es aquella que se hace mal. Aquella que renuncia a los usos establecidos del libro y construye su propio canon íntimo. Pensemos aquí en esa mujer que leía el Diccionario como literatura -¿qué otra cosa sino la literatura puede calmar esas ansias a las cuales refería? O en aquel lector de una novela que anota, sin otro fin aparente que esa escritura, fragmentos. Un lector que corta el libro, que lo desobedece y, así, lee. Pensemos en Quijote arrogando los libros, enojado con ellos, desvelándose cada noche para vivir sus días “de turbio en turbio”.

Quizás esa sea la única manera de lectura posible: La lectura como forma de la rebelión. O, sino la única, una de las formas de permitir que la literatura continúe siendo una forma de la construcción de la libertad.

Estas pequeñas líneas vuelven necesarias ciertas preguntas. Por un lado, renovar la pregunta sobre la literatura. Que, al parecer, excede al libro mismo en aquella mujer que lee esos significados aparentemente denotados, y se acerca a ser un modo de leer, una actitud frente al texto.

Pero también nos interroga sobre el cuerpo de quien lee. Un cuerpo que al fin y al cabo, está en fuga. Alguien roba un cuerpo, el suyo, para leer.

Son esos puntos de fuga los que quizás nos permitan elaborar otras cartografías para la lectura. Que, esta vez sí, permitan a más navegantes viajar.
Mientras tanto, desde los rincones que nos creamos dentro de Barriletes, seguimos abriendo textos para más personas. Mientras tanto, nos seguimos preguntando qué se hace después de decir la palabra amapola.

Y, aunque no lo sabemos, creemos que seguramente seamos más bellos luego de decir amapola y haber dejado pasar un poco de tiempo para que se recompongan el aire, y nuestro corazón.

para Barriletes
Noviembre 2013 

Fotografías de Liliana Gelman

viernes, 15 de noviembre de 2013

Traficantes de fronteras: Del ejercicio de saltar al otro lado



Taller sobre Mediación de lectura
Biblioteca Provincial de Entre Ríos
8/Noviembre de 2013


Yo vengo aquí para existir

Jeanne,
en una Biblioteca de los suburbios parisinos.

Recuerdo un día en que me encontraba en un estado de nerviosismos completamente patológico. Corrí a la biblioteca para localizar El molino de Verhaeren. Inmediatamente me tranquilizó. Desde ese día he regresado a él a menudo, suprime toda mi locura, todo mi desequilibrio; sé que está allí como las pastillas que están en el cajón de la izquierda. Me hace mucho bien debido a su ritmo, quizá también a alguna imagen, pero es sobre todo el ritmo. Lo sorprendente es que ese día fui directo a buscar el libro, y dentro del libro, ese poema, de modo que en mí había algo que ya lo sabía y yo no tenía conciencia de ello.

Joséphine[1]

En el encuentro de hoy bordearemos (y bordaremos) algunos conceptos que nos ayudarán a construir –o empezar a construir- una visión otra de la literatura. Visión que, sin tener que estar necesariamente reñida con otros discursos sobre la literatura, debe permitirnos verla desde un sitio especial. Me refiero con esto a poder pensar la literatura como objeto a traficar, a dar, a mediar.
En tanto que nos constituimos como mediadores, debemos tener un saber artesanal de este territorio y de la lectura que nos permita maniobrar con ella, y desde ella.
Por eso, la semana pasado comenzamos ese trabajo pensando los textos que nos habitan, y a partir de ellos nuestro equipaje poético. Para navegar ahora sí en aguas más conocidas (que no por ello más tranquilas), enunciemos aquí el equipaje poético desde las palabras de Devetach:

Sería importante ponernos curiosos para descubrir, poder mirar y aceptar, qué elementos poéticos ya poseemos y manejamos sin saberlo, qué aspectos de lo poéticos están pero son desdeñados o reprimidos porque no inquietan. Sería importante que nos afanemos en capitalizar esos aspectos poéticos –pocos o muchos- que ya tenemos, para ir construyendo un territorio firme, una disponibilidad cierta para animarnos al territorio de la poesía.[2]

Dar lugar a este equipaje poético es la primer condición para entrar en poesía.
Atendamos aquí a las metáforas desde las cuales estamos hablando: Poder entrar en poesía, implica aceptar que la poesía es un territorio (y por tanto otro tiempo, otro espacio). Aceptar a la poesía como territorio supone ir más allá de la poesía como género literario, de los textos como grafías y de los libros como soportes.
Esta concepción, además de hermosa, es muy útil en la medida en que nos salva enseguida dejándonos solo con lo más importante de nuestra tarea: Generar formas, caminos, estrategias, mapas, luces, guías, para entrar en poesía.
Hagamos aquí una pequeña parada, tomemos aire y digamos con gracia: La tarea principal de la mediación de lectura es generar disponibilidades para entrar en poesía.
Por último, entrar en poesía quiere decir también que la poesía es una experiencia de la subjetividad.

En este encuentro, abordaremos este planteo (y sus consecuencias) desde diversas miradas. Por un lado, adjuntamos el capítulo “Ser y Estar en poesía” de Laura Devetach, incluido en su libro La construcción del camino lector (2008). A partir de allí podrán ver cómo es tramada esta idea. Por otro lado, revisaremos los modos de entrar a ese territorio como una situación de frontera, a partir de los planteos de Graciela Montes. Y finalmente, trataremos de pensar la lectura literaria como experiencia subjetiva, desde las investigaciones de Michèle Petit.

Laura Devetach


Zonas adormiladas, territorios de frontera
Definir a la poesía como territorio, inaugura una pregunta en torno a ese territorio: ¿Dónde se encuentra? ¿Por dónde se entra a él?
Los bordes (dentados) de estas preguntas pueden provocarnos envíos hacia otros temas.
Más allá, o más acá, de esos bordes queremos proponer pensar el lugar de la poesía como un sitio de frontera. Seguimos en esto planteos que Graciela Montes hiciera hace ya unos cuantos años, y que se han ido repitiendo y repartiendo entre muchos mediadores. Se trata de una idea, o metáfora más bien, que ella toma de Winnicott[3], y desde la cual piensa el lugar de la literatura. Escuchémosla:

 “Winnicott empieza por el principio. Su punto de partida es el niño recién arrojado al mundo que, esforzada y creativamente, debe ir construyendo sus fronteras y, paradójicamente, consolando su soledad, ambas cosas al mismo tiempo. Por un lado, está su apasionada y exigente subjetividad, su gran deseo; del otro lado, el objeto deseado: la madre, y, en el medio, todas las construcciones imaginables, una difícil e intensa frontera de transición, el único margen donde realmente se puede ser libre, es decir, no condicionado por lo dado, no obligado por las demandas propias ni por los límites del afuera. El niño espera a la madre, y en la espera, en la demora, crea.
Winnicott llama este espacio tercera zona o lugar potencial.
A esta zona pertenecen los objetos que Winnicott llama transicionales –la manta cuyo borde se chupa devotamente, el oso de peluche al que uno se abraza para tolerar la ausencia-, los rituales consoladores, el juego en general y, también la cultura.
Esta tercera zona no se hace de una vez y para siempre. Se trata de un territorio en constante conquista, nunca conquistado del todo, siempre en elaboración, en permanente hacerse; por una parte, zona de intercambio entre el adentro y el afuera, entre el individuo y el mundo, pero también algo más: única zona liberada. El lugar del hacer personal.
La literatura, como el arte en general, como la cultura, como toda marca humana, está instalada en esa frontera. Una frontera espesa, que contiene de todo, e independiente: que no pertenece al adentro, a las puras subjetividades, ni al afuera, el real o mundo objetivo.”[4]

La experiencia de entrar en poesía es, entonces, una experiencia de frontera. Se trata de una experiencia ilegal –adúltera, diría Díaz Rönner.
Esto nos da una nueva visión de la lectura y los lectores. Visión que convierte a estos últimos en posibles traficantes de formas de estar en el mundo. De habitarlo y de crearlo.
En ese ejercicio  traficante el mundo no puede volver a ser jamás el mismo. ¿Acaso el río es el mismo luego de Juanele? ¿Alguien puede ver una rayuela igual después de la Maga? ¿Quién se anima a decir que las rosas son las mismas luego de El Principito? Al traficar palabras a través de estas fronteras nos estamos manejando con las mismas invisibilidades sobre las que el mundo se sostiene. Un mundo hecho de palabras al que agregamos otras, al que cambiamos el sentido una y otra vez… Traficar esa materia invisible horada el mundo.
Cuando tenemos ocasión de entrar en poesía creamos otros mundos dentro de este mundo. Actividad que es indispensable para poder ser humanos. Generar construcciones de sentido que nos permitan habitar el mundo. Ensanchar nuestra frontera.
Una frontera que además, como el bosque en que se juega mientras el lobo no está, ha de permanecer siempre en construcción. Y por lo tanto, siempre indómita.
La frontera indómita es, al fin y al cabo, ese territorio que no está ni adentro ni afuera. Que no es ni real ni ficticio. Un territorio que desconocemos. Pero que, justamente, por desconocido, caminamos.
Caminar la frontera indómita implica poder encontrar las zonas adormiladas de nuestro ser. Activarlas. Despertarlas. Ponerlas sobre la mesa. Y con todas ellas, generar disponibilidades para entrar en poesía.

Investigaciones sobre la lectura: La mirada de Petit.
Quiero cerrar este apunte, pequeño, y ovillado todo sobre esta idea fronteriza, reflexionando sobre uno de los epígrafes que abrieron estas páginas. Esa joven, Jeanne, que proclama ir a la biblioteca para existir.
Su testimonio fue recogido por una antropóloga francesa: Michèle Petit. A las investigaciones de Petit, debemos varios de los aportes que sostienen a este Equipo. Antes de comenzar a comentarlos, quisiera presentar a esta investigadora.
Michèle Petit es antropóloga, pero se ha vinculado fuertemente con la sociología y el psicoanálisis. A su vez, además de escribir ensayos sobre la lectura literaria –tema que investiga desde hace décadas-, es novelista. A fines de los ’90 y comienzos de los 2000, Petit vino a Latinoamérica para brindar seminarios. Su seminario dictado en México en 1999, se publicó bajo el título Nuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura[5]. Libro en el que se mostraban los resultados de investigaciones hechas en las sociedades rurales y barrios marginales franceses: La gente que allí lee, ¿por qué qué lo hace?
Ese libro marcaría la influencia que sus trabajos tendrían sobre quienes, en la inmensidad de este continente, tratamos de llevar a cabo diversas experiencias de mediación. A esas visitas, le siguieron otras, y con ellas la publicación de otro texto en 2001: Lecturas: del espacio íntimo al espacio público[6]. Actualmente, Petit incluyó muchas de las experiencias latinas de mediación de lectura que conoció en sus viajes en su libro El arte de la lectura en tiempos de crisis[7].
A su vez, se trata de una pensadora que, si bien es europea, ha mantenido un interés por los márgenes donde la lectura se da y ha logrado mostrar facetas radicalmente distintas de la lectura literaria. Su conocimiento de la realidad latinoamericana, y su posición marginal en la conservadora Francia hacen de Petit una pensadora que se sitúa cerca de las prácticas que queremos pensar.

De sus aportes, tomaremos durante este taller dos:

-La concepción de la lectura literaria como experiencia fundante de la subjetividad humana.

-La conceptualización de la figura del Mediador de lectura como agente facilitador.

En este apunte, trataremos de señalar parte de este primer ítem. Dejando para otros encuentros sus planteos sobre la figura del Mediador.

Literatura y (posibilidad de) subjetividad

Para comenzar a pensar la relación de la lectura literaria y la subjetividad debemos antes (re)plantearnos lo que entendemos por lectura.
En este sentido, debemos pensar a la lectura como una actividad plural. Escapar del mandato de la lectura univoca. No ya solamente entendiendo las posibles “interpretaciones” o “formas de leer” que un texto provoca. Sino al nivel del discurso y la conceptualización sobre la lectura. Una conceptualización teórica, sí. Pero entendiendo siempre que, ya sea una conceptualización o sea la imagen de la lectura que el “sentido común” nos devuelve, siempre estamos hablando de teorías. Hablamos de la lectura porque la abstraemos[8].
¿Qué discursos solemos escuchar sobre la lectura? Petit identifica lo que ella llama dos vertientes (1999:19-26). Por un lado, discursos fuertemente centrados en la “hegemonía del texto”. Por la cual habría cierta superioridad en el texto. El texto pasa a importar más que los niños, por ejemplo. El peligro de este discurso es la posibilidad de caer en las lecturas sin sentido: Escuelas que dan a leer a Borges por cierta sacralización textual, sin jamás preguntarse por qué o para qué. No quiero decir aquí que esté mal dar de leer Borges (de hecho Ficciones fue el primer libro de cuentos que me tomé en serio…), sino que me parece perjudicial caer en actividades dogmáticas.
Por otro lado, es posible crear otra vertiente. Una que privilegie al lector. Por la cual el lector se convierte en cazador, y va en busca de algo al texto. Este lector en caza furtiva tiene otros beneficios. Tiene un por qué. Pero además, lleva algo de luz, algo suyo para el viaje. Por tanto tiene mayores posibilidades de transformarse. Es decir, de que la lectura tenga algo que ver con su experiencia.
Si nos ubicamos del lado de los lectores también nosotros tendremos una ventaja. Podremos oír lo que les pasa. La mediación de lectura es una artesanía de la escucha. Oír lo que se mueve dentro de un lector hará que podamos cumplir mejor con nuestra tarea.
Ahora bien, ¿de qué se enteró Petit escuchando a los lectores? Se enteró de que hay muchas más cosas en juego en la lectura hoy en día que una buena ortografía o un conocimiento de la cultura general.
Los jóvenes que leían en esas bibliotecas, o aquellos que evocaban recuerdos de lectura, lo hacían en gran medida para existir.
No puedo resumir aquí un planteo que se funda en numerosos testimonios de lectores (y principalmente lectoras). Pero sí puede decir, con Petit, que la literatura es siempre un regalo de espacio. Significa la construcción de una zona fronteriza, que se encontrará siempre entre lo público y lo privado. Es ese “estar solo y acompañado” que evocaron en nuestro primer taller.
Y en tanto que un regalo de espacio, la lectura literaria provoca lectores trabajados por el lenguaje:

“(…) hay personas en sectores pobres que han tenido la fortuna de acceder a la lectura, y que han conocida, a veces a través de un solo texto, toda la amplitud de la experiencia de la lectura. En ese texto encontraron palabras que los alteraron, que los ‘trabajaron’, muchas veces tiempo después de haberlas leído.”(1999)[9]

Esa otra vertiente de la lectura es la que debemos defender. Construir y defender espacios poéticos. Regresar a las experiencias de frontera.
Una pregunta que cada uno deberá hacerse: ¿Para qué mediaremos lecturas?


Kevin Jones / Equipo de Mediación de lectura







[1] Ambos testimonios fueron recogidos por Michèle Petit. En El arte de la lectura en tiempos de crisis. 1ª edición. Oceano editores. Madrid:2009. Traducción de Diana Luz Sanchéz.
[2] en La construcción del camino lector. 1ª edición. Comunicarte. Córdoba:2008 p.52-53

[3] A través de este aporte que Montes hereda para pensar la literatura, observamos un cruce entre teorías pertenecientes a la psicología y el pensamiento en torno a la mediación. Este tipo de cruces se repite en el pensamiento de Michèle Petit quien sustenta gran parte de sus afirmaciones en el psicoanálisis y la necesidad de simbolización a través del relato. Estos cruces deben ser válidos no como determinantes, o evidencias de un sujeto monolítico, sino como luminosos aportes que nos permiten tratar de pensar los por qué de la mediación de lectura.
[4] “La frontera indómita” en Montes, Graciela (1999) La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. 1ª edición. Fondo de cultura económica. México:2001 Páginas 51-52
[5] Petit, Michèle (1999), Nuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura. 1ª edición. Fondo de cultura económica. México:2011.
[6] Petit, Michèle (2001), Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. 1ª edición. Fondo de cultura económica. México:2008.
[7] Ob. Cit.
[8] A propósito de esto, creemos que ninguna teoría sale de la nada. La palabra, cuando verdadera, va unida de la acción. En ese sentido, la palabra no nos parece disociable de la praxis. Ni la praxis de la palabra. Seguimos en esto los pensamientos del pedagogo brasileño Paulo Freire.
[9] Ob. Cit. p. 41

lunes, 11 de noviembre de 2013

Azucena y amapola. Escrituras del territorio al interior de un pueblo. (2)

Sin embargo, andaban en su espíritu voces desconocidas, intuiciones vagas que le aseguraban que no todo debía ser así, que debía haber algo más en las vidas, como el jardín, como las flores, como el perfume de las flores, que no son nada y que sin embargo, significaban tanto para ella; que todo no podía ser trabajo, esfuerzo y sacrificio y que no solo había que anhelar bienes materiales, cosas concretas. 

Roberto Beracochea, Las gotas de la noche (1977)

El sábado pasado visité en Seguí a Teresa. Se puede decir de ambos que están donde siempre. Seguí continúa siendo un pueblo a 60km de Paraná de unos cuatro mil y pico de habitantes. Un pueblo rodeado por el agro, pero con algo de incipiente ¿industria? y comercio. Un sitio de dicotomías de a ratos. Pero también un sitio otro, tan escindido del mapa como esa casa de la amapola que queda allá.
Teresa por su parte pisa ya los setenta y seis o setenta y siete. Sigue teniendo su pelo morocho (¿o castaño?) con algunas ondulaciones. Continúa viviendo en una casa de aberturas pequeñas, hecha hacia abajo como para no olvidar la tierra. Una casa antigua a su modo, que tiene un jardín tan grande que parece contener él a la casa, más no la casa al jardín. Teresa sigue teniendo el paso quedo, la voz sabia y los ojos lejanos que tenía el primer día que fue a nuestro taller/reunión en la Biblioteca Popular.

Si bien, como siempre me señala mi madre, en Seguí no nací, pasé allí mi infancia. Lo cual es decir aún más. Una infancia de patio de casa, que oblicuamente marcaría ciertas formas de actuar ante lo extraño (lo ajeno) fuera de ese patio. Donde se desarrolló mi gusto por el viento, pero también por esa soledad imaginista que los patios liberan y dejan popular. En la adolescencia ya, al calor de alguna que otra crisis necesaria y vital, comencé a hacer cosas en mi pueblo. Creo que la sencillez de decir ‘hacer cosas’ es la mejor manera de nombrar ese tránsito inquieto por los rincones del pueblo de esos años.
A partir del encuentro con Alicia, y luego con Titi y con Rosita, y más tarde finalmente con Teresa, pudimos comenzar ese hacer alegre e inquieto que marcaría (ahora lo veo) otros caminos.  
Si bien quiero detenerme luego en cada una de estas mujeres especialmente, diré de ellas en conjunto que se trataba en evidencia de mujeres seguienses. No eran foráneas a ese modo de vivir las cosas que Seguí exigía para cohesionarse en esa materialidad sólida (y tan concreta) que un pueblo chico tiene. Antes de este cruce generacional que entablaríamos estas mujeres y yo, Seguí era para mí en cierta medida el lugar del páramo. Quizás todos tenemos por el lugar que habitamos en esos años, un sentimiento similar. Mi carácter marica, y la lectura de literaria que ya en esos momentos comenzaba a crecer y amenazaba con tomarlo todo, acentuaban el deseo de no-estar-allí.
Así es que esta mujeres, en primer instancia, pertenecían a ese orden de cosas del que pujaba por alejarme. Se trataba de madres, una catequista jubilada, una vieja sindicalista de las amas de casa, de mujeres emigradas de su aldea a un pueblo que prometía algo que no terminaba de dar. Y eran esencialmente, mujeres. Y digo en esto esa fuga que el género otro provoca, fundando para siempre la posibilidad de que otra subjetividad es posible.
Comenzamos con un taller literario en la Biblioteca Popular.Enseguida se sumó una revista –Tintas. Adquirimos un nombre, Centro literario, y comenzamos ese profuso hacer.
En cierta medida, estos apuntes marcados por la azucena y la amapola, quieren ser una mirada sobre ese hacer. El otro día decíamos con Alicia que ese hacer fue hecho de espaldas a algo. A ese pueblo que parecía limitante y que no nos importó (palabras éstas de Alicia…). También a nuestra falta de formación. Pero hecho de frente a una creciente necesidad de agruparnos.


Ahora que vivo en Paraná, y que mi lejanía con Seguí es además de un poco física, en gran medida simbólica, disfruto mucho de visitar a Teresa. Ella se sumó en diciembre del primer año. Llevó un montón de textos que había escrito mientras criaba a sus hijos, trabajaba y militaba a su modo. Los fuimos publicando de a poco en la Tintas que salía mes a mes.
Vamos a mirar las plantas y después seguimos tomando mate, me dice Tere. Recorremos el patio. Corto laurel. Tere me promete plantas para otro día en que no haya llovido tanto.

Volvemos. Al sentarnos me pregunta si Mari tiene un jardín. Mari, mujer sola, cercana a mí. No es raro oír su nombre en las charlas que mantenemos con Tere. Incluso a veces, Mari me acompaña. Le digo que sí, y que es grande. Que todos mis recuerdos de flores de la infancia son de ese jardín. Que me gustaba jugar con los conejitos a abrir y cerrarlos en su patio. Tere me dice que mejor. Que tener un patio es mejor que nada. A una mujer sola le conviene, me dice. Porque así una tiene al menos algo que mirar. Ver sí las plantas crecen o no crecen. Si lo que pusiste ahí sigue ahí. Sino, no hay nada que mirar y eso es peor…

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en la foto, la rosa que, florecida, enorgullece a mi abuela...

domingo, 10 de noviembre de 2013

Azucena y amapola. Escrituras del territorio al interior de un pueblo. (1)



Allá en la casa
de la amapola
hay tres ventanas para mirar.
Por una, se ve la luna,
por la otra el lucero
y por la otra el sol
¿por cuál deseas mirar?

Cada vez que vuelvo a leer (a tocar) este breve poema de Edith Vera, siento que todo el peso de lo que en él se produce radica en ese “allá” inaugural. Comenzar un poema diciendo allá de esa manera, implica crear en medio de la nada la posibilidad del viaje, del recuerdo. Quiebra la uniformidad del espacio, para invocar la existencia de otro territorio que se ha visto, o con el cual tenemos confianza suficiente al menos para nombrarlo con esa cercanía deíctica del allá.
Quiero hablar de las amapolas. Pero también de la posibilidad de decir allá. Quiero escribir sobre ese elegir, desear mirar por alguna de esas ventanas.
Sin embargo, antes, quiero colocar aquí unas palabras que María Teresa Andruetto señaló sobre Edith Vera. Esa mujer oculta que escribió toda su vida en un lugar que, ahora, se me antoja parecido al lugar que quiero rodear en este escrito: “Mucho se ha hablado del escondite de Edith, acaso más, mucho más de lo que ella cree, pues aquí, en Villa María, ha permanecido ovillada, escribiendo, oculta, pero también, justo es decirlo, preservada del mundo, acaso para oír / para oírlo / para oírnos mejor. Pero, me digo, acaso sea ese esconderse, ese cuidarse de nosotros en el que ha puesto tanto empeño, lo que ha preservado su escritura y su mirada primera, su posibilidad de ver en las cosas, en cada cosa entre las cosas, otra cosa, lo que nosotros no vemos.”


Convocar a una mujer lejana y cercana como Edith Vera para escribir de mí pueblo. Así que empecemos por aquí.
En ese acto de dejarse esconder en Villa María, ve Andruetto la preservación de una mirada. Podríamos hablar de las condiciones de posibilidad de esa mirada adánica que coloca sobre las amapolas que finalmente nombra. Poesía-escondite-visión, sería la relación que se tensa en esta escritura marcada por el gesto del ocultamiento.
Y es difícil evitar pensar en muchas de las gentes de mi pueblo como personas ovilladas. Sobre sus casas, sus sillas en la vereda y sus patios. Ovillada en esos gestos cotidianos, cosiendo y bordando una materia inasible e invisible. Pero que densifica el aire a cada momento, y que convoca a la lejanía –invisible, también- del allá. ¿Se puede alguien ‘preservar del mundo’? Decir allá corta los territorios. Y vuelve a la casa de la amapola un territorio escindido. Herido, sí. Pero también flotante, como isla acaso.

Llenar de agua los mapas y ver en ellos estos archipiélagos.

viernes, 1 de noviembre de 2013

El viaje hacia el poema: Buscar ocupar en el otro un espacio que en él no existe.

Taller sobre Mediación de lectura
Biblioteca Provincial de Entre Ríos
1/Noviembre de 2013

LOS SUEÑOS

Todos los días podes soñar algo distinto, como si te fumas un cigarrillo todos los días, como jugar a la pelota todos los días. Pero nunca te vas a cansar de soñar, nadie te va a poder sacar ese sueño de pensar. Vos podes soñar de noche, cuando dormís, podes soñar despierto. Soñá, soñá como vos querés, y sueño lindo, feo, sueño largo, sueño corto pero siempre vas a soñar. Yo siempre sueño que estoy con mi familia, que estoy en la calle, algunas noches sueño que me caso, sueño con mi libertad sueño, sueño y sueño. Sueño con estudiar, sueño con conocer la cancha de River. Son sueños que si uno pone voluntad se pueden cumplir, nadie me va a sacar ese único momento q tengo para soñar.
Yona


Está claro que el momento no es propicio, que las circunstancias nos son adversas. Y, sin embargo, o por eso precisamente, yo hablo aquí de ensanchar la frontera, de construir imaginarios, de fundar ciudades libres, de hacer cultura, de recuperar el sentido, de no dejarse domesticar, de volver a aprender a hacer gestos, a dejar marcas. Ilusa, creo que todavía vale la pena aprovechar que al lobo se le ha hecho tarde para jugar un buen juego, dejarse entibiar por un rayo de sol antes de que lleguen la noche y el silencio

                                                                                  Graciela Montes, La frontera indómita








¿Desde dónde comenzar a desovillar el largo ovillo en que estamos metidos? La misma pregunta que, hace ya varios años, se hiciera Laura Devetach al comenzar a tratar de pensar varios de los problemas, temas, tramas y caminos que nosotros también aquí recorreremos, nos la repetimos. Pero no solo como un eco. Sino como un genuino ejercicio de lectura de aquella pregunta que no dejaba, por su abuso consciente de la metáfora y el juego, de ser política.
Tratar de construir un espacio que funcione para multiplicar, que logre devenir en prácticas específicas y situadas, y arroje a otros al ruidoso hacer, implica, necesariamente, volver a preguntarnos por el nosotros. ¿Quiénes somos nosotros? Este Equipo de Mediación de lectura comenzó sus primeros pasos hacia fines de 2012 en la Asociación Civil Barriletes.
Esta Asociación fue fundada en agosto de 2001 en el marco de las búsquedas sociales de formas afectivas de resistencia ante la crisis. Desde entonces emite la homónima revista mensual, siendo la misma de carácter social: Más de la mitad del dinero de la venta va a manos del vendedor y el resto regresa a los fondos de la Asociación para la emisión de la revista y solventar otras actividades. De manera que Barriletes constituye desde sus comienzos una salida laboral con tintes cooperativos; pero también un espacio de Educación y Comunicación comunitaria. Estas dos últimas líneas de trabajo son las que dieron lugar a que fuese esta Asociación, en la que este Equipo nazca.
Así, desde este grupo de trabajo realizamos diversas experiencias: Talleres de mediación de lectura con niños y adultos mayores de carácter semanal. A su vez, se sostiene un trabajo articulado con una escuela primaria de la ciudad en conjunto a la Biblioteca de la escuela que prevé la realización de un taller literario mensual en la escuela.
El Equipo a su vez ha ido ejerciendo prácticas que marcan una cartografía aún más difícil de rastrear: Habitando espacios de forma espontánea –como Ferias del libro. Pero también trabajos constantes lejos en el mapa físico y simbolico de la práctica barriletera: Como es el laburo que viene sosteniendo durante todo este año Sofía en la ciudad de Rafaela junto a jóvenes institucionalizados con diversos problemas con la ley.
Son estas derivas las que han hecho que el profuso hacer nos exija tiempos de distanciamiento critico de nuestra práctica. Por eso, en lo cotidiano dejamos lugar a los ruidos del hacer. Lo escrito, lo leído, lo pensado en esos momentos de escucha respecto a nuestra propia práctica constituyen la base de lo que aquí comunicaremos.
Oír el ruido del hacer es una decisión ética y política. Una decisión que está presente aquí hoy, sin dejar de tratarse de una escucha cotidiana. Presente en aquella mediadora que busca desesperadamente textos para los jóvenes detenidos que ve cada semana, pero a su vez lee Vigilar y castigar de Foucault. En la estudiante que acepta caminar treinta o cuarenta cuadras cada día junto a un montón de niños, y a su vez les lee el primer capítulo de El hombrecito verde y su pájaro de Laura Devetach. En la amiga que acepta nuestra invitación a leer a Michèle Petit pero también a ir a la Escuela Hogar.



Otra caligrafía para el conocimiento: Políticas de amistad.
Al momento de presentar un grupo de textos inéditos de María Adelia Díaz Rönner, sobre quien volveremos más adelante, Gustavo Bombini señala, respecto a su amistad con Díaz Rönner: “más allá de estos recorridos institucionales, la experiencia intelectual y la experiencia de la vida nos coloca frente a inusitados e inesperados itinerarios, no previstos en ningún curriculum de formación, ni en ninguna cátedra, ni seminario ni programa de doctorado. El conocimiento y la estrecha relación con un campo de la experiencia intelectual y artística pueden forjarse por entero por fuera de las instituciones y venir de la mano de otras lógicas.”[1]
Una de esas lógicas, señala Bombini, puede ser la de la amistad. Palabra justa esta para venir a señalar aquí de qué forma nos atreveremos a llamar conocimiento a lo que aquí expandiremos. Por un lado, esta osadía tiene que ver con nuestro afecto y valor por las palabras. No nos da lo mismo hablar o no de conocimiento. Creemos que las palabras tienen pelo y peso, así que valen en su singularidad. Por otro lado, es una apuesta política. Dejar el monopolio de la producción y legitimación del conocimiento a lo instituido es cuanto menos riesgoso. Venidos de una formación que nos ha enseñado a tomar a la literatura robándola[2], no es casual que elijamos tomar por asalto la palabra conocimiento.
Se trata, en última instancia, de estrategias de resistencia y lucha. Habitamos, a la fuerza, también nosotros esa palabra tan pacata que es conocimiento.  Sin embargo, dicho esto y estando ya sumergidos en ésta, ¿de dónde viene ese conocimiento?
Necesario es recurrir a la metáfora de la trama. Una trama, bien tejida y al sol, de textos. Los de Graciela Montes, los de Michèle Petit, Laura Devetach, Freire, Díaz Rönner. Pero también los Roldán, María Elena Walsh, Liliana Bodoc, Emma Wolf, Silvia Schujer. Y todos los que antes, durante y después hemos seguido leyendo en el desvelo eterno de la literatura. Y sobre ellos sus tapas. Los colores de sus lomos. Los sitios donde los hayamos. Las manos que nos lo alcanzaron, la pasión con que han sido leídos. Y sobre ellos, todas las voces de los niños, niñas, adolescentes, adultos, pares, amigos, vecinos, gente seria y gente de a carcajadas nos ha dicho, leído, pensado, cantado, buscado y tejido.
Si el cuerpo, como creía Freire (y nosotros también), guarda ante la experiencia la posibilidad activa de escribirla, este Taller es la escritura leve de esas experiencias. Experiencias que vuelven difusas las fronteras entre lo leído y lo vivido.
Escritura esta que no es ya hecha según un discurso u otro. Oscila sí. Pero lo interesantes, más que su discurso es lo que hay antes: Deseamos que aquí haya más que otra escritura, ante todo, otra caligrafía de la escritura.




El viaje hacia el poema
            Los primeros pasos que tratarán de darse en este primer encuentro están relacionados con el lugar desde el cual pensaremos a la literatura en este taller. Pensar la práctica de mediación de lectura supone pensar la lectura literaria en sus particularidades y posibilidades. Pero, antes, es necesario horadar algunas visiones sobre la literatura. Dejar crecer otras. Ampliar el imaginario sobre lo que el texto literario florece.
            En ese camino, dice Juan Gelman:

“Es que la poesía es un movimiento hacia el otro, busca ocupar un espacio que en el otro no existe. (…)
El viaje hacia el poema es más importante que el poema. La poesía es patria de los espacios negros y mira la calandria que sale volando de los ojos de un niño porque él la quiso ver.”[3]


Hay cosas en estas palabras que se dejan ver, casi de costado: La poesía crea espacio. La poesía funda subjetividades. Afirmaciones que, en su hermosura de pájaros sobre el papel, luego trataremos de ver volar un rato. Pero en este momento, acerquémonos a ese viaje que Gelman prioriza.
            ¿Desde cuándo estamos viajando hacia el poema? ¿Por qué tenemos esa rara sensación cuando hemos llegado? ¿Qué es llegar al poema?
            Quizás ese viaje es tan antiguo como la palabra misma. Esa palabra-viaje que es el poema. Viajar transforma, sí. Viajar mueve. Pero viajar también supone voluntades.
            Y también: El viaje hacia el poema supone equipajes.
            Reconocer en cada uno de nosotros un equipaje poético. Darle sitio, hacerle lugar. Este primer encuentro va a intentar poner sobre la mesa ese equipaje.
Un equipaje que puede estar hecho de muchos textos. Sí. Y a su vez de otros textos. Que las palabras de Laura Devetach nos hagan cosquillas:

“La escritura y la lectura del trazo que nos enlaza a unos con otros, del vínculo que cada ser humano va entablando con otros seres y, también, dela multiplicación de estos vínculos que forman redes y tramas en la vida de las personas. Cada gesto que un individuo hace, puede ser leído, generar palabras que lo nombren, generar escritura. Por eso interesa el lenguaje anterior, la escritura anterior, la lectura anterior a la palabra. Cuando llegamos a la hora de las nanas ya hay un pequeño mundo de trazos, de vínculos posibles de ser leídos, escritos a través de lo sensible. Trazos que después se van entramando en redes.”[4]

Mirar el bordado de esas redes. Mirar las redes mismas. Darnos tiempo para hacerlo. Dar lugar a ese montón de textos internos que nos habitan y pueblan, y sin los cuales vivir sería cuando menos imposible. Ponerlos sobre la mesa, regarlos.
            Este espacio trata de darnos esos tiempos y esos espacios. Porque es necesario. Porque no somos tontos y sabemos que vivimos en el marco de un capitalismo –cuánto menos- salvaje y global. Y sin embargo, venimos, como Montes, a proponer ensanchar nuestras fronteras de paso hacia lo imaginario y poético. A volver el mundo más desconocido, e indómito.
            Defender nuestros espacios indómitos y fronterizos. Como Yona, que nadie nos saque nuestros espacios para soñar.


Kevin Jones / Equipo de Mediación de lectura




[1] en “La escritura de un prológo desde el entrecruzamiento de lógicas” en Díaz Rönner, La aldea literaria de los niños. 1ª edición. Comunicarte. Córdoba:2011 p.8
[2] Ver aquí el (hermoso) ensayo de Pètit: “La cultura se hurta” incluido en Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. 1ª edición. Fondo de Cultura económica. México:2008. Traducción de Paleo y otros.
[3] en “Dentro y fuera de la lengua” Palabras al recibir el Premio Juan Rulfo (2000) Online en http://www.pagina12.com.ar/2000/00-11/00-11-26/contrata.htm
[4] en La construcción del camino lector. 1ª edición. Comunicarte. Córdoba:2008 p.19