Desde marzo
de este año, el Equipo de Mediación de lectura de Barriletes viene llevando a
cabo diversos encuentros entre personas y literatura. Uno de ellos es el taller
semanal junto a niños de Villa Mabel los días lunes. ¿Cómo pensar esos
encuentros? ¿Qué nos pasa luego de leer un poema junto a los chicos?
Hay momentos que parecen estar hechos de agua. O de viento. No lo
sabemos exactamente. La única certeza que tenemos mientras los vivimos es que
no parecen estar hechos de la misma materia que parece estarlo el resto del
tiempo, del mundo.
A veces, los lunes a la tarde, cuando con Milena nos hemos
encontrado con los chicos, eso parece suceder. Momentos de ese tipo. Y luego,
camino a casa, en los colectivos, en las garitas, o caminando bajo un silencio
cómplice nos moviliza la certeza de que hemos entrado y salido de otro mundo.
Muchos militantes hablamos de construcción. Decimos que vamos a
tal o cual lugar a construir. Nuestra tarea, junto a la de tantos otros dentro
de Barriletes, es la de construir esos espacios, tiempos y momentos. Así estos
encuentros ocurren semanalmente en la sede de Barriletes sobre calle Santos
Dominguez. En el marco de la Biblioteca Esos
otros mundos de la institución, y del Equipo de Mediación que allí
formamos. La Biblioteca surgió hace tiempo a partir de otras manos
barrileteras, y hoy nos ha tocado a nosotros llenar de contenido cotidianamente
ese espacio.
En la entrada de Barriletes, a veces sobre una mesa, a veces en el
suelo, ocurren esos momentos de agua, o de viento. Esta nota busca interpelar
esos momentos, buscando detrás de ellos las claves de lo que allí ocurre. En un
intento que trata de entablar memoria de nuestras acciones y de tomar una
distancia crítica de nuestro hacer, más que de teorizar en el vacío.
De
la idea de taller a la de espacio poético
“En una época en que se insiste a
menudo en la facilidad, en que se recomienda el deslizarse apenas por las
superficies, en que se pone el acento en lo digerible y lo digestivo, me parece
importante recordar que la escritura y la lectura siguen siendo,
afortunadamente, zonas indómitas (…)”
Graciela Montes, “El destello de
una palabra”
Desde el Equipo de Mediación de lectura, entendemos estos
encuentros semanales como “espacio poético” en contraposición con la idea de
taller, retomando algunos de los planteos realizados por Montes y Devetach en
la década pasada sobre la forma de relacionarnos con lo poético.
En este sentido, nos parece interesante hacer presentes aquí las
palabras de ambas escritoras argentinas. En La
construcción del camino lector (2008) dice Laura Devetach:
Cada uno de nosotros fue construyendo una textoteca interna armada
con palabras, canciones, historias, dichos, poemas, piezas del imaginario
individual, familiar y colectivo. Textotecas internas que se movilizan y
afloran cuando se relacionan entre sí. (…) Las formas literarias no son
arbitrarias, no nacen sólo por una voluntad estética de las personas que
escriben, de los pueblos que escriben, nacen porque suelen ser una manera de
construcción que circula y moviliza.
De esta forma, al reconocer la presencia de textos internos en
cada persona, negamos la situación de taller
que remite a una idea verticalista. En cambio las textotecas internas se
entrecruzan de manera horizontal, y es la única condición para este
entrecruzamiento el compartir un espacio. Este espacio/territorio remite a la
idea de la literatura como zona de
frontera, tan cara al pensamiento de Graciela Montes. En esta frontera, zona de paso entre dos
territorialidades que vagamente podemos definir como “uno y otro lado” (La
lectura literaria como posibilidad de “saltar al otro lado”, señala Petit a
partir de los testimonios de mediación…), es donde se da nuestra construcción
de refugios de sentido, de espacio poético. Es decir, de una subjetividad que
se ahonda en atisbos de cuerpos (tipografías, imágenes, lomos de libros) y
genera desde allí territorios de otro tiempo y espacio. En La frontera indómita (1999), Montes se ocupa de varias claves de la
relación que establecemos con lo poético. Extraemos desde allí un sinuoso
concepto de espacio poético:
Un territorio necesario y saludable, el único en el que nos
sentimos realmente vivos, el único en el que brilla el breve rayo de sol de los
versos de Quasimodo[1], el
único donde se pueden desarrollar nuestros juegos antes de la llegada del lobo.
Si ese territorio de frontera se angosta, si no podemos habitarlo, no nos queda
más que la pura subjetividad y, por ende, la locura, o la mera acomodación al
afuera, que es una forma de la muerte.
A partir de esta última cita, podemos hacer algunos planteos. En
primer lugar, pensar que esa frontera es una zona que está en peligro. Nuestro
mundo parece cada vez cerrarse más bajo una sola idea de existencia. Esta idea,
la hegemónica, por momentos parece anular otras posibilidades de existencia.
Sin embargo hay grietas enormes: Los humanos necesitamos construir mundos –esto
es, representaciones simbólicas del mundo- para poder vivir, tanto como
necesitamos amar. Por lo tanto, podemos apostar por el ensanchamiento de esa
frontera.
Esto último deja claro que apostar por ese ensanchamiento de una
frontera indómita es una decisión político-social. Una decisión que desde el Equipo
asumimos conscientemente.
La cuestión a pensar sería ¿cómo lograr que los encuentros con
modalidad de taller logren ser verdaderos espacios poéticos?
El derecho al espacio poético
Desde estos encuentros semanales creemos haber encontrado unas
pistas. Por un lado, ser conscientes de la decisión político-social que implica
esta apuesta por la creación y defensa de espacios poéticos hace que nos
alejemos en teoría y práctica de la contención social para ir hacia el
emponderamiento de los sujetos. Esto no es menor. Nosotros creemos en ese marco
que estamos construyendo subjetividades junto a los niños de Villa Mabel. Si
hay espacios o momentos de contención, ésta es en todo caso mutua. Quienes
hacemos el taller no nos consideramos subjetividades tranquilas, seguras (o a
salvo) que pueden contener a otras. Sino subjetividades en permanente
construcción y (re)invención. Esto
concuerda con la visión de la construcción de poder en los sujetos. Una
construcción horizontal, alternativa y micro. Hacernos conscientes juntos que
tenemos derecho a buscar las palabras más dulces de un poema.
Si entendemos el espacio poético como un derecho, debemos entender
al niño con el cual trabajamos como un sujeto político, ético, social. Este
gesto de dar voz al niño implica una ruptura con nuestras formas cotidianas de
relacionarnos con la niñez. La infancia, como territorio construido
socialmente, está siendo colonizada día a día. En ella se entrecruzan
propuestas hegemónicas de género, formas de vida, maneras de leer el mundo,
historias y sentidos de la vida. En ese cruce de colonizadores que arrasan
(arrasamos, mejor dicho) en el niño, muy pocas veces dejamos lugar a la
construcción libre, alegre, propia. Pocas veces reconocemos a ese otro como
sujeto.
Y con respecto a esto vale la pena ser claro: los culpables
siempre seremos los más grandes. Por la sencilla razón de que ostentamos más
poder que ellos. De manera que, evidentemente, la niñez es una cuestión pública
y va más allá de la labor de docentes y padres. Aunque estos dos actores
sociales sean claves, debemos como comunidades buscar las formas más amigables
y liberadoras de relacionarnos con la niñez. Esta es una urgencia a la que no
podemos hacer oídos sordos.
Miradas, lecturas y escrituras en
taller
Antes de pasar a contar algunos murmullos del taller, de ese
espacio sobre el cual reflexionábamos, creo que ha sido necesario todo lo
anterior. Yo no creo que vayamos a ningún encuentro con las manos vacías. Nunca
vamos a mirar en un lugar lo que hay en ese lugar solamente. Creo que siempre
vamos a mirar un poco de lo que hay adentro nuestro también. Por eso es
importante dejar en claro que antes de cada encuentro construimos una mirada.
Quizás luego se quiebre, se mejore, se aumente, se cambie. Es seguro que no
será la misma luego de cada encuentro, sí. Pero está allí desde antes.
El Taller semanal se ha realizado desde mediados de marzo, los
días lunes de 16,45 a 18. Teniendo en cuenta que el viaje de ida desde
Barriletes a Villa Mabel comienza a las 16. Y a las 18 el viaje de vuelta. Los
chicos que han asistido al taller han oscilado entre los 7 y los 12. La mayoría
de los encuentros se han hecho con siete chicos. Por lo tanto se ha creado un
grupo de trabajo regular.
En el comienzo de este espacio, las actividades fueron bordeando
la palabra escrita, pero tomando una amable distancia de ella. Así la palabra
escrita se transformo en una más de las posibles formas de leer y escribir
mundo dentro de nuestro encuentro semanal. Fue necesario para esto darnos
cuenta de cuán necesario es trabajar la mirada.
Así, para escribir nuestra
mirada fuimos armando mapas de la comunidad, pequeños bocetos de murales,
imágenes del recorrido de Villa Mabel hasta Barriletes. Son todas ellas, los
fragmentos de una mirada en construcción, posible de ser intervenida.
Nos fuimos alejando así de a poco de la materia y lo empírico como
únicas formas de entender el mundo. Y fue desde esa plataforma que dimos lugar
a la fantasía.
En estas actividades, los chicos tuvieron muchas veces ocasión de
escribir y ocasión de leer. De esas “ocasiones” narraré dos que quizás sean
dignas de ser revisitadas críticamente.
La primera fue la construcción de una ocasión de leer en
particular. En este espacio se conjugan diferentes tipos de relaciones con las
palabras escritas, como hemos señalado y con los libros en especial. Muchas de
estas formas de relacionarse con lo escrito son heredadas por el taller. Esto
es, la forma social de relacionarse con los escritos que los chicos pueden
estar replicando, la heredamos en el taller como primer acercamiento a lo
escrito. Sin embargo, a veces esos senderos cambian de camino. Así es como uno
de los chicos nos pidió contar una historia en el camino de vuelta al barrio desde
Barriletes. La historia fue elegida por
el niño: Juan Chorlito y el indio
invisible. Se trata de una novela breve, más bien juvenil, de un escritor
alemán, Janosch. Enseguida nos asaltaron los miedos: ¿Qué puede tener esa
historia, tan lejana, para decirle a este chico? ¿Entenderá? ¿Aguantará que
leamos un capitulo en cada viaje de vuelta?
Felizmente, existen momentos en que uno intuye que dejarse llevar
es mejor. En este caso eso sucedió. El cambio resultó notable. Algunos otros
chicos se prenden a la historia de cómo Juan Chorlito, un niño menospreciado de
su clase de escuela, consigue tener como amigo a un indio invisible. Y el chico
que pidió ese (y no otro) libro recuerda cada semana cómo ha quedado su
historia.
La semana pasada, justamente, mientras le leía su capítulo semanal
a este amigo pequeño mío, me preguntó: Con
la cabeza es con que hacemos todo, ¿no? Antes que responder como
tallerista, quise responder como lo sentía. Le dije que creía que podía ser
así, por todo eso de los nervios…pero que no creía que tuviese tanto poder para
manejarlo todo. Y cuando él ya se olvidaba del asunto y me pedía continuar
leyendo, fui yo quien pregunté por qué había salido con ese tema en ese momento
de nuestra novela, que estaba hablando acerca de pintar unos huevos de pascua,
no de la cabeza. Su respuesta fue clara: Porque
yo estoy tratando de memorizarlo.
¿Podemos medir las cosas que pasan cuando alguien se encuentra con
un texto? Quizás nunca sepa por qué ese chico eligió esa novela. Por la
sencilla razón de que los caminos lectores nos pertenecen autónomamente. Cada
uno los lleva por dentro y nadie tiene porque interrumpir ese murmullo vital
que tenemos ahí adentro. Sin embargo, la memoria de la que el niño habló debe
ser pensada. Lo que su deseo de memorizar el texto significa implica al menos
dos cosas. La primera que en ese acto de lectura no estábamos solamente
decodificando una palabra escrita, sino que estábamos buscando sentido a otras
cosas. Quizás yo, libro en mano, estaba buscándole sentido a mi práctica misma
y a aquel momento. Y quizás el niño que me escoltaba con su oído presto estaba
buscándole sentido a otras cosas. Había allí algo más que un libro. La segunda cuestión es que se había abierto
una posibilidad de ingreso al texto: la palabra recordada puede ser revisitada.
Memorizar pasa a ser entonces un acto de apropiación del relato. Implica la
posibilidad de contarlo a otro, de pensarlo más tarde, de llevarlo como
alimento para la vida.
En otra escena, una de escritura esta vez, una niña escribe
apurada debajo de un dibujo. No es la única. De a poco muchos se animan a
escribir breves historias debajo de sus imágenes. Ella escribe:
El sol y la luna ce pellaron por
que quería ver quien eran las mas linda
Con esas palabras una niña ilustró su dibujo del sol. Un juego,
una flexión, una vocal que se escapa (“A veces, esa interrupción se debía a
unas enes o emes”, dice el escritor Arnaldo Calveyra). ¿Les damos lugar en
nuestra vida a los cuchicheos internos? ¿Tenemos, como esta niña, tiempo para
dibujar un sol y escribirle debajo una historia? Y lo que es más clave saber
aún: ¿Nos parece importante hacerlo?
Ante tanta marginación, tanta exclusión y tanta angustia,
pareciera que las palabras poco pueden hacer. Sin embargo, creo que están al
principio de todo. En nuestro espacio se han producidos muchos escrituras que
retoman hechos traumáticos en el intento de darles un lugar en la vida. Se ha
conseguido nombrar las cosas. Y a veces eso es mucho decir. Esos relatos, que
pertenecen a la intimidad de ese espacio, son formas de empezar a relacionarnos
con los que nos pasa. Así la vida parece cada vez más vida. Cuando atendemos a
lo que sentimos, a lo que nos recorre.
Otros chicos se han propuesto la tarea de copiar versos, cuentos,
dibujos. Queriendo, urgentemente, asir esos significados. Una escritura y una
lectura que trata de memorizar, que tratan de sujetar. Cuán ingenuo
resulta pensar lo poético alejado del
mundo entonces.
Las zonas indómitas y el trabajo
de la mirada
Este texto tuvo comienzo con una imagen. Una imagen robada a
Montes. Ella se refería allí a esas zonas
indómitas de lo literario. Creo que esa idea puede esparcirse al mundo.
Ella pensaba allí en ese eterno bosque dispuesto a jugar mientras el lobo no
está. Nosotros por nuestra parte podemos pensar en aquellas zonas de la vida
que no nos hemos explorado. Aquellos lugares que jamás nos atrevimos a
escudriñar.
Quizás nuestra mirada sobre el mundo tenga un arduo trabajo que
hacer allí. Quiero decir algo acá y no sé cómo, así que me ayudaré con un poema
de Juan L. Ortiz:
¿Qué nos pregunta el vago
horizonte que se viene
a nuestra melancolía
lleno de gestos mojados
-tendido fantasma que
absorbe las arboledas
y nos invierte el lirio
húmedo y solo del alma?
Este poema me gusta porque coloca el horizonte en otro sitio. El
horizonte se viene a nuestra melancolía y desde allí nos hace las preguntas.
Desde la primera vez que lo leí me hace preguntarme si cuando miramos al cielo
solamente vemos lo que está allá arriba o vemos también lo que tenemos dentro
nuestro (esa melancolía, esos gestos mojados, ese lirio húmedo y solo del alma
invertido)…
¿Qué miramos al mirar a un niño? En un mundo que nos hace menos
sujetos, ¿podremos ver en los niños de Villa Mabel chicos, sujetos, o solo
veremos pobres? ¿nos la jugaremos por tratar de construir algo con esos chicos
o creeremos que con darles cosas basta?
En tanto que el taller ha sido un juego en el bosque ha implicado
echar vistazos por esas zonas indómitas. Y al mirarlas creo que nos estábamos
viendo a nosotros mismos. Siempre nos miramos un poquito –y más- en el otro.
Kevin Jones,
para Barriletes
Septiembre 2013
[1] Usted leerá en esta breve nota
al pie unos versos de Quasimodo a los que Montes refiere. Por favor, respire
hondo, cierre los ojos un momento y luego sí lea:
“Cada uno
está solo en el corazón de la Tierra
atravesado
por un rayo de sol:
y de pronto
anochece.”