sábado, 27 de abril de 2013

Dentre


"Nadie ha podido saber, ni se sabrá jamás, en qué momento de la noche un alma cede y se allana el tránsito. Eso no lo han podido averiguar ni los más ilustres llevadores de almas."

J. J. Manauta, El llevador de almas

       

     Fue saber de su muerte y buscar de inmediato aquella cita. Siempre digo, cuando hablo con docentes sobre los talleres en las bibliotecas de las escuelas, que con el libro nos tiene que suceder algo importante: Poder hacer el camino de ida y vuelta. Y fue así. Súbitamente volví, ayer por la mañana, a aquel cuento.
            En El llevador de almas, se nos cuenta la historia de Jacobino Almarza quien ha venido a llevarse el alma de Farello. En ese párrafo que está arriba de esta nota, allí, se resume con maestría el momento de la noche en que el alma de Farello pasó de la tumba a la bolsa de Jacobino.
            Como lectores, no podíamos hayar otras palabras para dar sentido último a la muerte en la madrugada de Juan José Manauta. Este 24 de abril,  –¿en qué momento de la noche?-, murió a sus 94 años en el Sanatorio Colegiales de Buenos Aires donde vivía hace tiempo. Ha sido velado en la Biblioteca Nacional y sus cenizas serán esparcidas en el río Gualeguay.
            Yo solo quiero escribir para decir unas pocas cosas.  No voy a nombrar sus libros de cuentos ni sus reconocimientos. Creo que eso se puede googlear fácil. Quiero sólo contar mi experiencia de lectura con Manauta.
            Lo primero que me parece importante decir es que no me encontré con Manauta en la escuela. En realidad, no leí jamás un autor entrerriano en la secundaria. Sus Cuentos completos editados por la UNER en 2006 –y que pronto serán reeditados- cayeron a mis manos, como su nombre, por casualidad. Llegaron en un momento de mi vida como lector que aún  no ha acabado. Desde que me encontré con Manauta, Mastronardi, Juanele, Calveyra, Zelarayan, he sentido un vértigo que ha hecho en que todo este tiempo no pueda detener su lectura. La razón de mi fascinación es básica: Yo no sabía que era entrerriano hasta que me lo contaron. Jamás me he sentido tan entrerriano como en estas lecturas. Y en ese proceso la lectura este gualeyo ha sido de capital importancia. No puedo entonces hacer menos que preguntar, ¿por qué me, nos, lo escondieron? No sólo a él, sino a tantos. Por qué ese ocultamiento.
            Quizás llamar a la generación de Manauta -aquella mítica gente que fue joven, genial y amiga al mismo tiempo- Generación dorada sea dejarnos caer en una trampa. Porque con ese rótulo de dorado hemos cerrado su lectura. ¿Cómo vamos a hacer que los chicos puedan entrar a Manauta hoy? Es necesario volver a abrir sus cuentos, sus novelas. Es necesario, urgente diría, que todos los entrerrianos podamos imaginarnos que hay pasando Nogoyá, al Sur…
            Porque quienes lo hemos leído volvemos con la mirada cambiada. Yo tengo 19 años. Y jamás supe querer la ciudad en que nació mi abuela, Gualeguay, hasta que leí los Cuentos para Doña Dolorida de Manauta del ’61. Entonces le preguntaba a mi abuela, libro en mano, si sé acordaba cómo era ese lugar, si ese apellido era inventado…Para mí, que fui pocas veces a Gualeguay, esa ciudad no existe sino que ha sido construida de nuevo. Y esa es la clave, yo jamás sentí nada especial por esta provincia hasta que no me encontré con esos libros. Yo no quería a Entre Ríos, tenía una relación indiferente con la tierra en que nací. Y sólo la lectura pudo hacerme ver otra cosa. Eso es clave, es importante, me parece.  
            ¿Mis profesoras de literatura, mis padres, mi abuela, leyeron a Manauta?
            Por eso quería escribir, ahora que Manauta ha muerto y tenemos oportunidad pública de hablar de él y de su obra.  Podrían decirse muchas cosas sobre su obra, sobre su cosmovisión del mundo. Pero yo soy mediador de lectura. Es decir que mi oficio artesanal es construir puentes entre personas –a veces chiquitas, a veces grandes- y libros. Por eso no puedo hablar más que desde ese lugar.
En la UNER van a  editar más adelante un libro de poemas de Manauta del ’44 y sus Cuentos de nuevo. En el sitio web Autores de Concordia está subida “Las tierras blancas”. Ambos libros, sus cuentos y esta novela, están en la Biblioteca Popular de la ciudad. Dentre, como dice Manauta al comienzo de sus cuentos. Dentre. Ese gesto, ese abrir la puerta, es lo que tenemos que multiplicar. Nada de discursos. Antes que eso, abramos la puerta. 

Kevin Jones,
para Rio Bravo

miércoles, 17 de abril de 2013

La alegría como trinchera


Dos experiencias de resistencia aúnan a Paraná y Santa Fe. La defensa del Centro Cultural Gloria Montoya y del Centro Cultural y Social El Birri, muestran a comunidades no dispuestas a perder otro espacio cultural más.

Entre colores y alegrías, de ambos lados del río, se repite la misma pregunta: ¿De qué hablamos cuando hablamos de cultura popular? El año 2013 comienza marcándose por este interrogante, tan necesario. Tanto en Paraná como en Santa Fe la resistencia a ceder los espacios de la cultura popular, evidencian un debate urgente.  Hay un poema de Benedetti que dice: “defender la alegría como una trinchera / defenderla del escandalo y la rutina”. Y en estas resistencias sí que viene al caso. En esta nota, algunas voces desde ambos puntos de defensa de la cultura.

Instrucciones para defender un Centro Cultural en Paraná
            No es noticia que sorprenda la falta de espacios para la cultura en Paraná. Sin ir más lejos, en Barriletes se plantea esto (Espacio Barri Cultural responde a esta necesidad). Así como el surgimiento de muchos proyectos y lugares alternativos tratando de dar una respuesta, un espacio, a las bandas, el arte plástico y la poesía (por dar algunos ejemplos) que esta ciudad crea y recrea.

            Sin embargo, esta actividad militante en pos de la cultura local no está exenta de una fuerte crítica hacia un estado que se ausenta y no apoya estas expresiones con una política cultura completa, diversa y horizontal.
            Entonces, entendemos que el Gloria Montoya es uno de los pocos espacios culturales de la ciudad. Y está en peligro. Bajo el nombre de la reconocida artista plástica, allí con el esfuerzo de artistas locales se instauró una escuela de circo para niños, jóvenes y adultos. Y allí también se da lugar a las expresiones de esta ciudad. 
            Sin datos justos, se comenzó a hablar desde fines del año pasado de la creación de un centro de convenciones en el actual Gloria Montoya. Un centro de convenciones que estaría administrado por el centro de hoteleros.  Desde entonces, la creación de una Asamblea Autoconvocada por el Derecho a la cultura fue exponiendo el tema al público en general. “A partir de diciembre comenzamos a ver noticias en todos los medios con respecto al centro de convenciones. Nos empezamos a preocupar y la asamblea fue tomando forma”, cuenta Diana Faggionato sobre los primeros pasos. Sería en ese principio cuando la asamblea presentara una nota dirigida a la intendenta de la ciudad Blanca Osuna. Aún se espera su respuesta. “Queremos explicaciones. Todos se contradicen”, afirma Diana. Desde entonces el principio guía fue la consigna: No al Centro de Convenciones, Sí al Centro Cultural.
            El municipio mientras tanto sigue sin sentarse a dialogar. Así me lo señala Sergio, uno de los organizadores de la Feria americana que esta tarde nos congrega frente al Gloria Montoya: “La idea no se ha discutido en ningún ámbito. No solo en el de la gente que está dentro del centro cultural. Sino que en la comunidad no se ha llamado a nadie para conversarlo. A nadie, no solamente dentro de la cultura.” 
            Hay una insistencia en negar el derecho a la cultura. En una ciudad que, repetiremos hasta el cansancio, está llena de riqueza artística pero falta de espacios.  “Paraná ya tiene un problema con la cultura. Ya está en un momento critico.”, me comenta Sergio. “La ciudad tiene básicamente tres salas: El teatro, el Juanele y esta. Obviamente que si se pierde esta, ya será mayor la presión sobre las demás.”
            La Asamblea por su parte ha convocado a varios Festivales en defensa de la cultura que, realizados a la vera del Gloria Montoya, hacen concreta la decisión de defender este espacio.  La alegría como forma de resistencia: “Estos festivales han tenido una concurrencia importante de gente. La idea es que haya más información y no tanta desinformación. Evidentemente, se va acercando gente.”  Todos los pasos de la Asamblea son informados por medio de su blog: www.asambleaporelderechoalacultura.blogspot.com.ar

Delincuentes de la cultura del otro lado del río
Como escribe Juan Manuel Berlanga: “Gran parte de los santafesinos ni siquiera sabe qué es ‘El Birri’. Mucho menos conoce a quienes trabajan allí. Y, por supuesto, también desconoce qué es lo que allí ocurre. Una sociedad indiferente, cínica y olvidadiza carece de los elementos básicos para comprender lo que allí ha ocurrido este viernes 15 de febrero.” Y lo que ocurrió este 15 de febrero fue el ingreso, bajo la existencia de una orden de desalojo amparada por el poder municipal, de la policía en el Centro Cultural y Social El Birri.
El Birri, está ubicado sobre la Avenida Gral. Lopez de la ciudad de Santa Fe. Su historia se remonta a la época en que el cineasta santafesino y de reconocimiento mundial Fernando Birri realizó allí su documental Tire Dié. El film fue realizado en la vieja estación Mitre, abandonada. De allí que el lugar comenzara a poblarse de magia, la suficiente para que en pleno 2001, el lugar cobrase la impronta de Centro Social y Cultural autogestionado, horizontal y diverso que tiene hoy en día el Birri. Por enumerar algunas de las actividades que allí se hace, podemos mencionar la Birrilata, sus talleres de teatro, la producción de editoriales artesanales, revistas y numerosos encuentros que allí tienen lugar. Además de ser un espacio donde uno puede ir, y batir la suya, al decir de quienes allí militan el andar cotidiano de la estación.        
Como señala Lalo Liberatore, trabajador cultural del Birri, la existencia debe ser en convivencia con el municipio. Por ello, el comodato con el municipio santafesino es una pieza clave para que el Birri siga llevando a cabo su tarea. La conflictiva relación entre la gestión municipal de Corral y el Centro tuvo su punto máximo el pasado mes de febrero.
El Periodico Pausa siguió los sucesos. Como informa en su perfil de Facebook: “En la acción estuvieron implicados efectivos de la policía provincial, agentes de seguridad sin identificación de la Municipalidad y funcionarios, como el subsecretario de Prevención y Seguridad Ciudadana de la Municipalidad, Sebastián Montenotte”. Sin embargo, el desalojo fue detenido al mediodía gracias a la defensa popular de los vecinos y distintas organizaciones. Durante los momentos de desalojo se produjeron diversos destrozos dentro de la estación.
            El argumento esgrimido por parte del gobierno municipal es la Puesta en valor. La profesora Adriana Falchini es encarga en pocas palabras de deconstruir este argumento eufemístico: “¿Seremos capaces en la ciudad de entender que 'puesta en valor' nada tiene que ver con el patrimonio?, término venido de la mercantilización de la memoria. Ese término alude a pensar los edificios como paredes y no como construcciones culturales. Los edificios no son sólo paredes, están HABITADOS, tienen historia humana.” Como esgrime Falchini, la responsabilidad del Estado debe existir, pero reconociendo como interlocutor legitimo a lo que ya existe. Como señala, “No se puede hacer DESAPARECER (tapiando, llevando presos, criminalizando groseramente, destruyendo). Cuando se ostenta poder económico, fuerza de represión y avasallamiento, dominio de los medios masivos de comunicación, criminalización e injurias se ejerce ABUSO DE PODER. ABUSO DE AUTORIDAD. Y eso sí que es grave. “
El Birri, se ubica como señala Lalo “al borde de la ciudad. Porque el  borde empieza de Avenida Freyre hacia acá. Esta marginalidad se traduce en una invisibilización de la problemática por parte de los generadores de opinión de la ciudad. Ante esto, se decidió informar en todo momento a través de Comunicados de prensa que fueron surgiendo de los plenarios (Los mismos pueden leerse en el sitio www.elbirrilucha.wordpress.com) El plenario es el espacio natural de gestión en el Birri. Sin embargo, a la hora de tomar las decisiones a seguir luego de este intento de desalojo el Plenario pasó a ser más contundente en su cantidad de asistentes. Y pronto se constituyó una Multisectorial en apoyo al Birri. Como me dice Lalo: “La sociedad santafesina ha demostrado que puede unirse ante las cuestiones emergentes. Gente que difícilmente pueda llegarse a encontrar en otros aspectos, estaba acá laburando hombro a hombro para una resistencia.” En este punto hay una memoria corporal de la inundación sufrida por este mismo sector en 2003 y 2007. Los inundados saben que ante la emergencia es necesario amucharse, unirse y tomar decisiones en conjunto. Y, además, los inundados saben muy bien qué cosas pueden esperar del poder político santafesino.
Finalmente, la alegría está presente. Las marchas realizadas hacia el Municipio y el Ministerio de seguridad demuestran una respuesta alegre –no podía ser de otro modo.




En ambos casos, está jugando a favor la democratización de la información –sin Ley de medios mediante sino a través de nuestra propia insistencia en nuestros perfiles de Facebook-. También se repite en ambos casos los municipios no aceptan a quienes habitan estos espacios culturales como interlocutores válidos. Sino que insiste en tomar decisiones verticalistas. Y, lamentablemente, hay un rivalidad evidente entre una cultura oficial que se trata de imponer o validar, y una cultura popular que trata de ser invisibilizada. Así actúa Corral en Santa Fe. Así actúa Osuna acá. Así hace Macri con la Sala Alberdi. Y así uno se da cuenta que las diferencias ideológicas en torno al concepto de cultural, finalmente, no son tales.
En fin, esta nota está hecha para invitar a ser parte de estas resistencias. No termina de dar el panorama total de estas acciones. Pero sí es una toma de nota: Acá están estos fuegos, acá insistimos en esto. Y, a propósito de esto, uno se podría preguntar ¿por qué surge la resistencia como hecho político? Quizás la única respuesta sea que estos espacios,  que hoy nos ocupan a quienes tratamos de vivir una agenda política, social y cultural comprometida con la realidad, que nos convocan a quienes tenemos la ocasión de transitar espacios tan bellos como Barriletes, estos espacios han nacido resistiendo e insistiendo. El intento de desalojo, los planes de creación de un centro de convenciones, esa persistencia tenebrosa en hacer desaparecer, tapar, ocultar, olvidar las legítimas expresiones de la cultura popular solo ponen en el tapete una resistencia que cotidianamente se da. En el fondo, en estos espacios se da una resistencia cotidiana a una forma de vida, a una lectura del mundo con la que no estamos de acuerdo. Y por eso acá seguimos persistiendo, insistiendo, resistiendo. 


Kevin Jones
para Barriletes Abril 2013

Robar trozos de fuego y provocar un incendio


Las experiencias de mediación de lectura en la localidad de Seguí demuestran que es posible pensar estas prácticas como actos de militancia en defensa de los espacios poéticos.

Hace unos tres años organizamos desde el Centro Literario al que pertenecía en mi pueblo, Seguí, un debate como actividad de cierre de nuestro año. En este Centro, editábamos mensualmente una revista literaria/cultural y organizamos diferentes actividades dentro del marco de la difusión del arte local en el año. Nuestra incursión en la cultura local había sido muy buena, pero sin embargo notábamos que el arte local seguía moviéndose entre algunas elites. Un año antes habíamos tomado la decisión de crear este grupo en cuestión debido a que sentíamos que la literatura local había sufrido una petrificación donde pertenecer al “grupo de escritores seguienses” implicaba ser un tipo de escritor que no concordaba con el que nosotros queríamos ser. De modo que, evitar ese tipo de circunstancias había sido uno de nuestros objetivos. El debate pues tenía por objeto preguntarnos qué obstáculos impedía que más gente del pueblo participara concretamente de la cultura local. De modo que decidimos preguntárnoslo junto con otras personas que hacían acciones similares en el pueblo.
De aquella actividad, y de todo lo que hablamos aquella noche, me ha quedado presente una intervención que recuerdo aún. Mientras nos preguntábamos cuales eran las causas de la ausencia de la literatura local en nuestras escuelas, un hombre señaló –con aire de verdadera afirmación- que “a no todo el mundo tienen que interesarles las mismas cosas”. Y por tanto habiendo clubes de futbol, escuelas de deportes, “está bien que algunos niños se interesen por eso y otros por otras cosas”. Y citó el caso paradigmático de la cultura local en Seguí “es como el Negro Aguirre. No es algo para todo el mundo.”. Finalmente, el argumento era que leer no es algo para todos y que, al fin y al cabo, está bien que a algunos niños les guste el futbol y no la lectura.  Creo que muchos asintieron con la cabeza esta afirmación, confirmada por una reciente presentación del Negro en Seguí con muy pocas personas como asistentes; pero algunos decidimos quedarnos con la pregunta.

Un tiempo después, cuando quiero escribir sobre las experiencias de Taller literario en esta localidad, sobre las pequeñas erosiones que hemos visto se han provocado en este tiempo a partir de estas acciones en la “literatura local”, no puedo evitar pensar que aún sigo preguntándome lo mismo que aquella noche: ¿Por qué insistir tanto con la lectura? ¿Por qué empeñarnos en que la literatura sea cosa de todos? En fin, ¿por qué esa atención especial a la palabra? ¿Por qué aún consideramos que alguien pude prescindir del fútbol, pero no de la palabra?

De las experiencias que narraré surgen algunos borradores de respuestas a estas preguntas. Advierto solamente que estas experiencias no han sido otra cosa que la insistencia en crearle un espacio a la literatura infantil dentro de nuestro pueblo. Acercar más textos a más chicos. Experiencias hechas en el cotidiano andar y que por tanto resultan también cotidianas y vividas.

Como señaló hace más ya de una década Graciela Montes al ser una de las primeras autoras argentinas en hablar sobre este problema de acercar los textos a la gente, estas cuestiones “aunque abordadas de manera doméstica y modesta, son cuestiones importantes y significativas” Y es el mismo gesto que venimos repitiendo desde entonces “ponerlas así, con sencillez, sobre la mesa”

La literatura en una escuela de pueblo

Antes de julio del año 2011, la insistencia de la Seño Mery nos llevó a varios integrantes del Centro Literario a su aula de Tercer grado en la Escuela Pública N° 61 Facundo Zuviría. Se trataba de pasar parte de esa tarde en un Taller de Cuentos junto a los chicos.

Seguí es un pueblo pequeño con unos cuatro mil habitantes, ubicado a sesenta kilómetros de Paraná. Un pueblo donde las acciones políticas se hacen al viejo modo de los caudillos y donde la cultura se ve muchas veces supeditada este caudillismo político. Recién desde 2007 contamos con una Biblioteca Popular (que recién este año ha sido reconocida por la CONABIP). Cuando leyéramos a Michele Petit,  esta antropóloga francesa que desde hace años se ha convertido en lectura afectuosa de quienes nos atrevemos a mediar lecturas,  nos daríamos cuenta que gran parte del rechazo a los libros, en tanto objetos, provenía de un miedo en algunos casos a estos elementos y por otro de una sacralización del libro. Los escritores seguienses eran quienes publicaban libros, quienes escribían en soledad en una imagen romántica y bastante anticuada del escritor tomado por la poesía y escribiendo sólo. Que escritores seguienses pudieran ir a un aula y trabajar de igual a igual con los niños significaba cambiar esa imagen al menos por una tarde.

Aquel día, armamos relatos a partir de imágenes recortadas de revistas. La experiencia fue buena, y cada chico creó su relato durante una primer hora. Mientras que durante la segunda, se dedicó a 'arreglarlo', ver si realmente decía lo que había querido expresar. Y así, terminamos sentados en ronda, leyendo lo fabricado por los chicos. Aplaudiendo luego de cada relato mutuamente.

Esa tarde me pareció fantástica. El Centro Literario venía trabajando desde hace rato con Talleres y sosteniendo medios de difusión de la Literatura, participando de otras experiencias y creando libros; pero por primera vez, una docente nos había invitado a compartir una experiencia de ese tipo. Es decir, nos había reconocido como actores sociales alrededor de la literatura.

Eso, en la realidad seguiense, significaba mucho.

De todos modos, lo más interesante era que la cosa no quedaba ahí. Los cuentos iban a formar parte de un libro artesanal fabricado por los niños junto a sus familias. Cada chico había escrito un relato junto a su familia y lo había traído a la escuela. Su maestra los había recopilado, y luego había creado el espacio para que los chicos escribieran sus propios relatos. El resultado fue un hermoso libro de cartón y cartulinas, titulado “Cuentos en familia”, que reunía todo lo trabajado más las imágenes a partir de las cuales se había hecho aquel taller. Obviamente, el Taller permitió vivir de cerca con Mery el proceso y volvernos en cierta manera cómplices de aquello.

Cuando semanas después el libro se encontraba ya confeccionado,  no me sentí desprendido de la experiencia. En vez de eso me sentía más metido en ella.

Por eso, cuando Mery me dijo que existía la posibilidad de participar de un Concurso como “Juntos por una Argentina lectora”, no dudé en embarcarme.

Este Concurso proponía la realización de experiencias de lectoescritura dentro del aula durante dos semanas. Las experiencias debían ser registradas y evaluadas por la docente, de forma tal que pudiera dar cuenta de lo que había ocurrido en los niños luego de esas lecturas.
Así fue que durante dos semanas, para cumplir con los requisitos del concurso, practicamos diversas formas de lectura dentro del grupo. Anotando cómo reaccionaban los chicos, y resumiendo toda la experiencia en un trabajo final.

El trabajo final quedó hecho una noche que, tarde, Mery y yo finalizamos de escribir lo que habíamos hecho. No habíamos anotado en nuestro trabajo final los obstáculos. No habíamos anotado por ejemplo la resistencia de los niños a imaginar, su imposibilidad de poder dibujar la Plapla de María Elena Walsh porque “eso no existe”. No habíamos contado el día que tuvimos que postergar nuestra actividad porque había directivas de avanzar con matemáticas para que los niños obtuvieran mejores calificaciones en el examen siguiente. No anotamos que, directa y explícitamente, se nos había dicho que los textos que trabajamos en el aula no formaban parte de la currícula, no respondían a criterios escolares y no habían sido planificados con anterioridad. No anotamos el prejuicio de nuestro pueblo a que a literatura estuviera en la escuela y ocupara un lugar en ella.

Aun así, nuestro trabajo ganó el primer premio a nivel nacional.  El premio otorgado por la Fundación Leer y la Revista Nueva consistía en una biblioteca de doscientos cincuenta libros de literatura infantil para la escuela. Y más aún, significaba una legitimación, casi azarosa, de nuestra actividad. Cuando los directivos de la escuela hablaron por los medios locales sobre este premio entendí que nuestra acción ahora era válida en tanto servía, en tanto daba algo a cambio. No se podía comprender aún que uno de los principios de lo poético es su gratuidad, y que las incidencias que nuestros textos internos, y todos los mensajes poéticos que hemos recibido para significar el mundo, no podía ser evaluada o premiada, rechazada o legitimada en cuanto pertenecía a otro orden de cosas.

Relaciones conflictivas

Habíamos aprendido que la relación literatura-escuela no era de la mejores. Habíamos tenido que “robar tiempo” en todo momento para que la lectura fuera posible en horario de clase. Teníamos que quitar tiempo a otras cosas, más “importantes”, como Matemáticas para leer, para escribir para dramatizar Caperucita roja. La versión del lobo.

Graciela Montes diría que la relación entre la literatura y la escuela está marcada por la presencia de ilusiones en conflicto. En la década del ’80, junto con el regreso a la democracia, hubo una apertura de la escuela hacia la literatura infantil. Fue la escuela quien tiró la primer piedra en un gesto valeroso y pionero. Del otro lado, respondió una literatura rejuvenecida que se preguntaba más cosas sobre sí misma que antes y que estaba empeñada en crear otra forma de literatura para los niños. De manera que autores como Laura Devetach y Gustavo Roldán hicieron por primera vez su ingreso en las aulas. Sin embargo, la amistad entre la literatura y la escuela terminó pronto. Rápidamente hubo quien se diera cuenta que con este texto se pueden enseñar las provincias y con aquel dar tal contenido. Es decir, llegó la escolarización de la literatura. Un proceso por el cual se cerraron los sentidos de muchos textos y se clausuraron otras tantas lecturas –ya no hubo espacio en la Escuela para que Bartolo se diera cuenta de que lo que había pisado era caca o para que aquel animal de Roldán muriera delante de los ojos de los niños. Y por otro lado hubo un sometimiento de la literatura a los contenidos curriculares. De allí a los manuales con el texto correspondiente a cada tema, hubo un solo paso. Díaz Ronner había escrito en esta misma década su Cara y cruz de la literatura infantil donde con pasión criticaba el didactismo de la literatura. Es decir, la creación de textos con fines puramente didácticos. O sea, utilitarios. Sin embargo, este gesto intelectual, aunque valioso, no alcanzó a contener lo que fue moneda corriente en los ’90: La literatura tenía un espacio en la escuela pero pagaba un alto precio por ello. Ese adoctrinamiento de la literatura, ese sometimiento, fue el que hizo que nuestros encuentros con la literatura fueran fragmentarios, de a trozos, escogidos cuidadosamente para que o participemos activamente de un mundo literario donde se vive y se muere, se dicen “buenas y malas” palabras, donde la gente se puede separar o un perro puede pasar hambre. Esas cosas no pasaban –ni pasan- en la literatura que ingresó a la escuela. De allí vinieron muchas de nuestras malas lecturas y muchos de nuestros rechazos hacia la literatura. Ese lugar que ha llegado a ser considerado como constructor de nuestra idea de libertad, terminó siendo para los niños un espacio aburrido y relativo (En esta hora leemos como en aquella hora escribimos lo que nos dictaron de Geografía)

En el aula seguiense nos estábamos enfrentando con esos problemas. La literatura estaba incomoda en la escuela, pero era necesario provocar un encuentro entre los niños y la literatura. “Hay que seguir ahí, mientras haya algún niño en la escuela vayamos a ella”, afirmó Rosanna Nofal durante la última Feria del Libro santafesina en relación a este problema. Es decir, ante esto solo podemos responder con una militancia que proponga otra forma de pensar la literatura en la escuela.

Pero, mientras tanto ¿se pueden crear otro tipo de espacios para la literatura en el pueblo? ¿Dónde? ¿Con el respaldo de quién? Y en el fondo, la misma pregunta: ¿Por qué la Literatura?

La ficción como derecho

La experiencia nos decía que en primer lugar debíamos asumir esta cuestión como un asunto personal. El gesto de Mery nos había demostrado que fue su interés personal el que la llevó a concretar esas intervenciones literarias en la escuela. Fue su esfuerzo extra como docente el que garantizó el cumplimiento de esta experiencia. De manera que, como leeríamos luego en Petit, “solo la atención personalizada a niños y jóvenes” puede democratizar la lectura.
Y por otro lado, habíamos visto que era necesario tomar posiciones respecto a la lectura. Sabíamos que no nos interesaba el discurso aleccionante de “Es necesario que los chicos lean” o “mientras menos lees más ignorante sos”.  Queríamos provocar otra cosa con la literatura. Petit ha señalado que existen tres tipos diferentes de lectura: Por un lado aquella en que buscamos un mejor manejo de nuestra lengua, buscamos conferirnos un poder sobre ella. Por otro está la lectura que prefiere la escuela, aquella que nos aporta conocimiento concreto sobre el mundo. Estos tipos aunque válidos, no son tan valiosos como el tercero, aquel que menos practicamos: La lectura que nos constituye. Cuando es plena, una lectura literaria nos da herramientas para elaborar nuestra subjetividad. Hace que seamos capaces de construirnos como sujetos.  Pero para que esto suceda tenemos que ser capaces que provocar la ocasión de encuentro. Volvamos a Montes, que define la ocasión de una manera hermosa: La ocasión es una grieta en el tiempo, una brusca expansión del instante. Una isla que obliga al agua del gran río fluyente a pegar un rodeo. Significa un pequeño brinco de libertad, un ensanchamiento del horizonte, un nuevo punto de vista. La ocasión es un punto de resistencia al tiempo, hincha de significaciones el instante. La ocasión abre el tiempo, lo fisura, dando lugar a que allí se construya sentido, se fabrique mundo, que es algo imprescindible para el humano. 
Es decir, la Ocasión crea otro tiempo y otro espacio dentro en este tiempo y espacio -¿qué es –sino- lo que hacemos cuando nos dejamos llevar por la ficción?- que incide sobre nuestro tiempo y espacio, lo ensancha. Hace, digámoslo de una vez, que el mundo sea mundo. Es decir, hace que estar acá, vivos, signifique algo. Ese poder solo lo tiene la literatura. Cuando fuimos capaces de darnos cuenta de esto, tuvimos al fin respuesta para nuestro debate de aquella noche. Supimos al fin que la literatura es la forma de construir mundos para habitar, es decir, darnos los significados para habitar la vida. En palabras de Petit, mientras más acceso tengamos a más significados como sujetos “más aptos para vivir seremos”.

Entonces todo cerró.  Por eso Montes habla de la creación y defensa de espacios poéticos desde los cuales nos demos la libertad de encontrarnos con la literatura. Porque aún hoy, en este mundo desterritorializado e inhumano a golpes del capitalismo, vale la pena que nos demos la oportunidad de ensanchar nuestro mundo. De allí a entender que la ficción es un Derecho para los hombres y entender que ante su total ausencia en nuestra cotidianeidad debíamos actuar como militantes, hubo un solo paso.

¿Por qué un Taller Literario organizado desde Agmer?

La poesía no es un lujo, o un divertimento, es una necesidad, como lo es el amor.
Aldo Pellegrini



Con esta frase como máxima, como guía y síntesis de lo que queremos decir –casi como manifiesto de lo que creemos respecto a los espacios poéticos de este mundo-, salimos a hacer las primeras promociones del Taller junto a Araceli.

Con Araceli nos conocemos desde hace algún tiempo, y vale decir que fue su rol de Delegada de Agmer en Seguí, en su escuela la 61, lo que hizo que nos acercáramos más. Podría decirse que entablamos una especie de amistad, construida por el paso del tiempo como todo. Y uno con los amigos se atreve a proyectar, a soñar, a tener causas comunes. Tal es así que en cuanto tuvimos la oportunidad, levantamos vuelo a un sueño pequeño que teníamos a un costado: La actividad gremial, bicho raro en Seguí, comenzaba a llegar a nuestro pueblo como invitación a la lucha, a la creatividad, al reconocimiento del poder que la pedagogía encierra.  Nos referimos a la novedosa ocasión de que la Filial de Agmer Crespo pase a ser Agmer Crespo-Seguí, y la actividad gremial estuviera más relacionada con el quehacer social y político de nuestro pueblo.  Eso significaba más actores sociales interviniendo el día a día seguiense, y eso siempre es bueno.  Por eso, a modo de celebración quisimos con Araceli comenzar en seguida a planear nuestro Taller. Se vislumbraba al fin la posibilidad de crear, ensayar y experimentar, otro tipo de espacio para que los niños se encontraran con la literatura.
Pero la pregunta es ¿por qué organizar un Taller desde Agmer?

Desde hace tiempo, trabajadores del lenguaje de nuestro país que se hallan relacionados a la búsqueda de conceptos sobre la Literatura y su rol social, entienden que los espacios de taller como “espacios poéticos”. Esto concepto no limita el trabajo a la poesía como a primera vista parece, sino que entiende la poesía como ‘algo’ que difiere del mundo, algo novedoso, fuera del orden, extraño que ocurre en él. Incluso, Laura Devetach plantea que se trata de “una forma de estar en el mundo” y aclara enseguida: Este planteo deja por ahora de lado a los niños, y nos involucra a nosotros, los adultos, personas, despojados de roles, justamente para poder luego no dejarlos de lado en algo que ellos –los chicos- experimentan como algo natural  y que la mayoría de las veces desconocemos, desdeñamos o reprimimos.

Entonces, ahí es donde uno elige donde pararse. Como acto político, como acto pedagógico (¡Qué palabras parecidas! ¿no les parece?) elegimos construir y defender espacios poéticos para nosotros y para los niños en Seguí, en el Seguí de aquí y ahora.

La defensa del espacio poético implica crear espacios donde el yo-nosotros permita vislumbrar aquello que escondemos dentro: Aquella calandrias, dice Gelman, que tenemos en 
nosotros.

Por eso, en cada Taller, lejos de banderismos gremiales (convencidos de que el acto habla por sí mismo), tratamos de abrir la puerta para jugar mientras el lobo no está. Para jugar, para desandar un camino. Y para que nosotros, docentes, estudiantes universitarios, niños de Seguí, defendamos el derecho a estar en el mundo poéticamente. Y no es menor que esto sea respaldado por el gremio docente entrerriano, ya que es darnos cuenta de nuestro trabajo ya sea como trabajadores intelectuales o como quienes aspiramos a serlo.
Entendiendo la poesía como necesidad, como derecho, entendemos este Taller como un espacio de construcción de poder y de lucha. Eso no es poca cosa.  

Un año de Taller

Así fue que vivimos este año de Taller.  Durante nueve meses, cada semana, se leyó literatura infantil. Cada viernes se escribió cuando hubo cosas que decir. Cada semana hubo una ronda donde hablar de lo que habíamos leído, y también de lo que nos había pasado en la semana. Hace varios años que doy talleres literarios similares para personas grandes y por primera vez me encontré con personas chiquitas. Fue sumamente hermoso sentir como en la niñez lo poético se encuentra allí nomás, en una capa apenas debajo de la piel. Entonces fue fácil darnos cuenta que la posición de escucha de la poesía es y será siempre la niñez. No porque solo los niños sean capaces de la poesía, sino porque tenemos que hacernos niños para ser capaces de la poesía. Es decir, entender la niñez como actitud ante el mundo. Hacer este taller fue un viaje. Y también plantar un punto de trabajo en nuestro pueblo.

El Taller culminó con la publicación de la antología ¿Quién dijo que los chicos no saben de cuentos? El libro, editado por La Gota Ediciones, reúne producciones de los niños en el espacio de Taller y su creación fue realizada en todo momento con su participación activa. De hecho, el acto de presentación fue organizado a partir de sus necesidades y deseos. 
Un gesto tras otro, desde el gesto de Mery hasta el de los padres de los niños que acompañaron esta experiencia, habíamos logrado darle un lugar a la literatura infantil en Seguí.

Decidimos con Araceli colocar al Prólogo del libro por nombre Bichos de luz. Pues habíamos leído hace tiempo en el Taller un poema de Laura Devetach que decía –y lo pondré aquí entero para que sea una buena excusa de encontrarse con él-:

El bicho de luz
engaña
se convierte en ascua
camina en las sombras
como si fumara.
Nunca soples
un bicho de luz.
Puede convertirse
en un incendio.

Sólo aquella metáfora había sido capaz de expresar con plenitud lo que sentíamos. Nos sentíamos autores de un incendio. 





Aquella sensación, de haber desatado algún incendio, me hizo recordar lo que sentí cuando iba a leer al aula de Mery: Terminado nuestro trabajo con el libro y habiendo pasado el tema del concurso, aprovechábamos algunas mañanas para hacer lecturas en el aula con Mery. Lo hacíamos en secreto. Y con los niños como cómplices robábamos una hora a alguna materia y leíamos. Petit dice que, casi tímidamente, que la cultura se hurta. Yo por mi parte, más tímidamente aún, pienso en Prometeo. Aquel hombre que robó el fuego a los dioses. Siempre pensé, si no hubiera sido mediante el robo, ¿hubiera habido otra explicación para la obtención de algo tan maravilloso e hipnotizante como el fuego?

Dicen que el mito es en realidad uno solo. Que los hombres hemos contado de diferentes maneras en diferentes civilizaciones un solo mito sobre el universo. Pues yo pienso que al robar cultura, al robar literatura, estamos repitiendo, eternamente, el gesto de Prometeo y nos estamos robando un buen trozo de fuego.

Kevin Jones
para Río Bravo

lunes, 8 de abril de 2013

Mirar

una mirada desde la alcantarilla 
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

Alejandra Pizarnik


Lo primero que hice al llegar a casa fue sacar de la cartuchera la pluma que me dio Josua y pegarla en la pared. Para mirarla. Mientras apronto el mate, mañana cuando me vaya a la Facultad, cuando vuelva, cuando vaya de nuevo la semana que viene a Barriletes: Mirarla. 
Quizás ese mirar sea la única forma de lucha contra la invisibilización, y de traer a la superficie de nuestra cotidianeidad con ello a los invisibilizados. 
Sí, hay culpables. Y los culparemos. Sí, hay trabajos que organizar, acciones que empezar. Y las empezaremos. 
Haber digamos un cliché: Hay niños con hambre. Hay niños perdidos. 
Ajá. Y,
¿Los alimentaremos? ¿Nos animaremos a perdernos con ellos? 

Esos versos de arriba definen una convicción. Creer que la vida es transformable. Hay que cambiar la vida. Hay inventar el amor. Pero esa convicción a veces se adormece, a veces no tiene por donde andar. A veces simplemente nos angustia en una tarde en Barriletes con unos chicos creer y no saber poder. O no saber que creemos. O no saber que podemos.