La poética orticiana puede ser recorrida desde muchos lugares. Sin
embargo, creo que la publicación de El
junco y la corriente por las correspondientes editoriales de UNER y UNL amerita
abrir paso a preguntas urgentes y necesarias. Por ello, aviso, voy a escribir
una reseña a contrapelo.
En estas semanas, salió a la luz el tercer volumen de la Colección
El país del sauce. Una colección dirigida
por Sergio Delgado, y en la cual anteriormente se ha publicado Viaje a Misiones de Eduardo Holmberg y
la Obra poética de Daniel Elías.
Estos significativos aportes son producto de un auspicioso proyecto editorial
conjunto de las universidades litoraleñas. La colección –nos informa cada tomo-
“tiene como motivo la región que trazan los valles de los ríos Paraná y
Uruguay, pero tienta en realidad un espacio más bien impreciso, menos
geográfico que imaginario”. Y es
curioso, porque aquel texto de la solapa de cada tomo de la colección culmina hablando
de una protección y cuidado del texto que nos involucra a todos.

Mis contactos más fuertes con las escenas de lectura se dan en el
cara a cara que implican los Talleres y los Grupos de lectura por los que elijo
transitar. Hace unas semanas, un amigo me decía en uno de estos grupos que
cuando era chico pensaba en Juanele como una figura mítica. Una leyenda,
contada por su abuelo, que le hacia imaginar un hombre al borde del río. Me quedé pensando en ello. Y en algo que
Adolfo Golz me comentó hace tiempo a propósito de Juanele. Él me decía que a
todo mundo le gusta hablar del celebre escritor entrerriano, pero ¿se lo ha
leído? Estas dos aristas sobre la figura de Juanele que, obviamente, ha
trascendido sus libros para pasar a ocupar un lugar en el imaginario me hacen
pensar en las ‘lecturas turisticas’ que hemos hecho de Juanele.
Habría entonces una cierta predisposición a entrar en las obras de
Ortiz como turista. Es decir, como aquel que entra para ver algo que sabe está
allí. ¿Y si allí no está eso? La visita turística impide, clausura, la
experiencia. Del mismo modo, entrar a Juanele bajo los estereotipos de querer
ver un paisaje descripto allí nos hace, efectivamente, llevarnos esa fotografía
de su poesía. Entonces, clausuramos una lectura. Es decir, censuramos.
Censuramos la experiencia poética misma que el texto nos propone. Si pasáramos
de ver una descripción del paisaje en el poema, para ver cómo en verdad el
paisaje es, en todo caso, construido desde el poema, habremos logrado abrir la
lectura nuevamente. Puesto que, si lo que hay en el poema es paisaje y nada
más, ¿para qué leer? Evidentemente, la poesía tiene que hacer algo. Preocupantemente, hay una fuerte negación a leer este hacer de la poesía. Es decir, una
negación a poner nuestro cuerpo para que eso suceda.
Pensar esto me lleva a dos cosas. Por un lado a plantear una serie
de preguntas hacia afuera del texto. ¿Qué vamos a hacer nosotros? ¿Vamos a leer
Juanele en las aulas? ¿Cómo? ¿Se puede leer El
Gualeguay –poema extensísimo y monumental? ¿Lo podemos leer en la
secundaria?¿Nos formaron, nos están formando para hacerlo? ¿Las escuelas van a
tener los setenta y cinco pesos que sale el libro para comprarlo? ¿Las
bibliotecarias lo querrán en sus bibliotecas? En el fondo, la pregunta es la
misma, ¿qué se hace con la poesía?
Estas preguntas, que quiero dejar abiertas aquí, me llevan a otro
punto. Toda poética, escribió ya Laura Devetach, implica un ser y estar en poesía. Entender la poesía como un
territorio en el cuál somos. Así estar ‘en el aura del Sauce’ implica un
presente y una presencia, un cuerpo puesto en ese lugar. Y a esto quiero
llegar: Leer a Juanele es una decisión política. Una decisión que debemos
asumir. Y como toda acción política implica poner el cuerpo. Robar nuestro
cuerpo y ponerlo como cuerpo en fuga, fuera del mundo, como lo es todo cuerpo
que lee. Volver a abrirnos a la experiencia poética. Volver a colocar nuestro
cuerpo en la lectura. La edición de este libro nos permite esa ocasión. Porque eso sentí cuando leía hoy a la tarde
los poemas de El junco y la corriente
en una de las plazas de esta –y justamente de esta- ciudad: La lectura como
forma de conquista de un territorio inasible, de una intimidad; como conquista
de una subjetividad siempre perdida y vuelta a recuperar. Una canción de Gabo
Ferro dice que no somos nada, nada más que nuestra mirada. Cambiar nuestra
mirada, mirar con atención, detenernos a mirar, implica la más intima lucha, la
más contundente rebelión sobre nuestro cuerpo.
para Río Bravo
Junio 2013