martes, 26 de julio de 2011

Crónica de una tarde en la que empezó a llover...

La cama destendida. Las pocas ganas de tenderla. Una llamada a la UNL. La siesta no era ya una fase del día, era una patria inmensa de soledades. Soledades de esas bien intimas. Pensaba en el futuro con la seguridad de que el futuro va a pasar, así como pasó Julio ya casi. Sin saber qué distancia cruzé entre el momento en que pensé en el despues, y el despues en que me encuentro pensando en aquel momento en que osé pensar en el futuro.
Como verán, mi animo no tenía mucho para dar de sí.
La tarde de taller, entre el saludo de Natalí y la caminata breve, hicieron que todo al menos fuera a parar a un costado...El viento se asomaba por todos lados, colocandonos ante la desnudez del mundo. Vestido y revestido, el mundo sigue teniendo puertas por las cuales nuestra vida se ve, se juzga y se vive. 
La chalina de Natalí como artilugio, los mates y el patio de Teresa. Todo transmigrado en los pasos que dabamos, en las plantas y en las caricias que, manso, un gato recibia.
Pronto caería una tormenta. Pero nosotros no lo sabíamos, o elegiamos no saberlo. Solo caminabamos. 
Alicia hablaba. Dijimos palabras y dejamos que el viento se las lleve. Total, el viento sabrá cuando devolvernoslas. 
Aquel mismo viento (Aquel del que Pizarnik decía "Hay que salvar al viento"), nos deposito en nuestras casas. Como peregrinos, como errantes.... Y una vez allí nos mostró que al fin y al cabo la tormenta no era tal. Solo era el viento que, manso como un gato en el patio de Tere, recibía nuestras caricias.


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