lunes, 9 de septiembre de 2013

Una escritura transparente (como rayos de sol)


¿Cómo puedo uno hallar una escritura transparente? Justamente esa escritura que se esfuerza por aparentar no ser tal, y entrometerse en los resquicios de las cosas con las que solemos vivir.
La escritura de Daiana Henderson (Paraná, 1988), es una de esas. Un libro de pequeño formato editado por Ivan Rosado (2012) y otro de formato similar editado por Ediciones Diatriba (2011) parecen comulgar en una estética de la escritura. Libros que desde las arrinconadas escenas de lectura (en mi caso, un viaje de Fluviales), comienzan a ejercer su trabajo sobre uno.
En esta entrevista, Daiana Henderson, poeta paranaense que actualmente reside en Rosario, habla sobre la poesía, su escritura y la editorial que publicó el pasado año El gran dorado.

Que un poema te haga sentir cosas

-Leí que expresabas tu gusto por un poemario de Calveyra hablando de cómo el poema te hacía sentir cosas. ¿Qué crees que debe tener un poema para hacer sentir cosas?

Yo creo que para que un poema te haga sentir algo, tiene que ser bueno. Lo difícil, justamente, es definir qué condiciones debe reunir un poema para ser bueno. Lo que sí puedo, más o menos, dilucidar es que es importante la transparencia del escritor, que se note su compromiso con lo que está escribiendo en ese momento. No es necesario que uno, como lector, pueda desmenuzar y descubrir el significado global del poema, o de todos sus fragmentos. Es una necesidad humana que tenemos de racionalizarlo todo, de llenar todos los silencios y los vacíos. No hace falta. A veces alcanza (¡y sobra!) con sentir algo.
Creo que la sensibilidad es un elemento muy importante, tanto en la escritura como en la lectura, pero no hay que exagerarla porque es entonces cuando la poesía se vuelve solemne, es decir, cuando la intención de emocionar, o cualquier otra intención, queda demasiado a la vista; entonces estás usando al poema para satisfacer tus necesidades o deseos (de hacerte el talentoso o el especial, de lograr cierto reconocimiento, etc.). Es una manera de corromperse. Uno debe hacer una especie de vigilancia sobre sí mismo, tratar de mantenerse humilde y honesto, no ser pretencioso.
La sensibilidad es algo que se tiene, no se puede fingir el modo de sentir las cosas, aunque sí se puede ejercitar el modo de operar sobre los sentimientos para convertirlos en un poema o en una obra de arte. Los lectores tampoco somos tontos, nos damos cuenta cuando nos están engañando. Después, está la subjetividad (algo que a mí me emociona, quizás a otro no) y el sentirse identificado. A veces se logra esa comunión. Cuando lo leo a Calveyra, yo encuentro todo eso: una escritura humilde, sincera, transparente, cuidada, prolija pero cercana, afectiva y, a la vez, tiene inventiva. Y para colmo es entrerriano. (Risas)

La escritura como viaje e imposible

-El poema que inaugura el libro, Bicicleta, señala ambiciosos proyectos: atrapar el sol, escribir el poema más hermoso. (Lo cual recuerda a dos versos de Calveyra también: Te llevaré la mañana / en un vaso de agua) ¿Se podría decir que esas serían tus aspiraciones poéticas o las del libro?

Más que ambiciosos, son proyectos imposibles. Así que no, no son aspiraciones del libro. Por el contrario: estoy reconociendo la imposibilidad. Pero sí se puede pensar como un deseo utópico: uno sabe que es irrealizable, pero nos mantiene motivados y en movimiento. Me imagino en la piel de un poeta que se aleja del papel y piensa “acabo de escribir el mejor poema del mundo” y digo “¡qué espanto!”. En primer lugar: creo que entonces no tendría mucho sentido seguir escribiendo. En segundo lugar: es imposible establecer deliberadamente un ranking de mejores (o peores) poemas. En tercer lugar: si te considerás a vos mismo el mejor de los poetas, no tenés nada que aprender, por ende estás frito.

-En Colectivo maquinario, uno lee la escritura como viaje. Y en el resto del poemario se pueden ver muchas menciones a la distancia. Por ejemplo, subyace la distancia. ¿Sentís que la distancia, el viaje como experiencias influyeron sobre tu escritura?

Sí. Tengo una relación afectiva muy fuerte con Paraná: tengo a mi familia, una hermanita de 5 años, mis amigos de la infancia. Las personas que siento más cercanas, en realidad, están lejos de donde vivo y a muchos los veo poco: mi mejor amigo en Buenos Aires, mi hermano en Córdoba, mi novio en La Paz, mi abuelo en Villaguay… Vivo hace 7 años en Rosario, desde que empecé a estudiar, pero recién pude generar un sentido de pertenencia con la ciudad hace poco más de un año. Los primeros años iba y volvía muchísimo. Fue en una de esas vueltas que escribí el Colectivo. En toda esa etapa yo no sabía estar en ningún lado o, más bien, estaba en varios lugares al mismo tiempo. Creo que por eso está tan presente el tema de la distancia en los poemas de El gran dorado, porque en el período en que los escribí, no importaba dónde estaba: siempre estaba lejos.

-Muchos nombres se inscriben en el libro junto a paisajes, o sitios determinados. Aún cuando pareciera que todo se desterritorializa, ¿crees que se pueden pensar fuertes lazos entre territorios y personas?

Depende. El paranaense -por ejemplo-, sin saberlo, es muy arraigado. En general el paranaense se expresa en disconformidad con la ciudad, por motivos muy diferentes, pero es como un modo de ser, se queja pero no la dejaría por nada del mundo. Hay personas a las que las sacás de su lugar y es como si perdieran una parte de sí mismos. Mi abuelo es uno de los que aparece en el libro ligado a un territorio. Él vivió toda su vida en Villaguay, en el interior de Entre Ríos, quedó viudo a los ochenta y pico, solo, sin saber ni dónde estaban guardados sus calzoncillos. Así que se fue a Paraná a vivir con mi familia. Estuvo un par de años y se terminó volviendo a su casa. Hace poco lo fui a visitar y me dijo algo que me quedó grabado: “Yo en Paraná andaba bien, porque estaban ustedes… pero iba a la peatonal y me sentía un número más. Cuando volví a Villaguay, hasta los perros de la calle me reconocieron”. En cambio, para otras personas que conozco lo territorial es un aspecto meramente circunstancial.
Será que sentir que nunca estaba del todo en el lugar donde estaba fue una experiencia tan intensa para mí, que por eso le atribuyo tanta atención a los lugares.




-Tú libro se encuentra dentro de la colección "brillo" de Poesía Joven de Ivan Rosado. Para vos, parte de ese grupo de "poesía joven", ¿cuáles crees que son las pistas para leer ese brillo?

No sé si habrá una pista. Cada libro y cada autor de la colección tiene una forma muy particular de expresarse, de construir el poema, y hace un recorte distinto. Creo que los libros comparten en gran medida la espontaneidad, ese momento de entusiasmo y frescura que es difícil de recuperar. También se permean un poco las influencias, y está buenísimo. A la vez, están escritos, para mí, en un terreno donde se ponen en disputa varios elementos: las herencias de los referentes de cada uno, los vicios tempranos en la escritura, el aprendizaje, el error, la búsqueda de una voz propia, los paisajes, el entorno, los proyectos de escritura, el tono, el corte de verso, el registro. Me gusta que los estilos de la colección sean variados, que cada persona que leyó los 6 libros tenga preferencias diferentes, que los libros hayan podido gustarles tanto a señores de 70 años como a pibes de la secundaria. Y lo cierto es que, además de los poetas que lo componen, la colección funciona gracias al increíble tacto de los editores, Ana y Maxi. Tienen una visión tan clara en todos los proyectos artísticos y culturales que llevan adelante, que es admirable, y por eso tienen tan buena recepción. Además hacen todo con muchísimo amor y eso se contagia. Ojalá se siga contagiando.

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