sábado, 6 de agosto de 2011

Esos encuentros...

Leía el relato de Teresita Romero, me dejaba llevar por el cuento. Su historia, la de aquel niño que en la siesta osó tener un encuentro con la Solapa se entretejía con las otras historias que flotaban por encima del papel. Allá, en ese territorio indecible flotaba la historia de Teresita, su añoranza y su ser, su historia tan de aquí. Flotaba la figura de Carmen, sentada allí en ese pasillo del Hogar de ancianos. Y yo, con mis atabios de caminante: con mis enojos y lamentos, con las lagrimas de la otra noche y las risas de aquella mañana. 
Todo se hacía presente y todo perdía y cobraba sentido allí al lado de Carmen. ¿Cuál es su apellido? ¿Como había venido a parar a este hogar de ancianos? ¿Cuantos años tiene? No lo sabía, y no quería preguntar. Esta vez no. No quería datos, no quería nombres. Quería ese momento y lo estaba teniendo.
Leía, y trataba de no irme del relato. Ciro llegó y se sentó a nuestro lado, despacio, en silencio. Sin que nadie preguntara por qué o para qué. Terminé de leer, con aquel juego de palabras que Teresita se había guardado durante todo el relato para dejarnoslo allí al fin. Miré a Carmen, y tuve ganas de preguntar algo, de saber qué le había parecido el relato. Pero es hora que uno aprenda que es más importante escuchar que hablar. 
Carmen me habló de encuentros que tuvó. Me dijo que el cuento le había hecho revivir eso. Carmen, me tomó de la mano y me llevo a su pieza para que elijiera un libro. 
"Los libros tiene que seguir su camino. Que se vayan, que sigan" - me enseñó.
Y luego quiso que, tomados de la mano, dieramos un paseo por la vereda.


Ella, se detuvo en la esquina. Me agarró fuerte, como quien acaba de ver algo increible. Con los ojos vidriosos miró hacia la plaza. Despues de unos segundos me miró. Vamos, dijo suavemente. Ella, acababa de ver la vida.

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