jueves, 18 de agosto de 2011

Fábula de las calas. Una historia con dos finales.

La vecina pedía calas a la abuela cada noche.
Mientras mi abuela la distraía yo saltaba la ventana de su casa y me conquistaba a su marido. Como dos animales de fabula, jugaban sin saber cuál sería la moraleja. 
Él al principio se resistía, pero pasó muy poco tiempo hasta que cayó en mis redes. Así, la vecina pedía calas, el mardio se resistía y ella conquistaba. No importaba que la rutina gastara aquel orden: era su fábula y así debían jugar.
La abuela era cómplice de esta aventura, ya que ella hizo lo mismo en sus años de juventud. Así noche tras noche se prometía a sí misma enloquecerlo como él lo había hecho antes con solo dos palabras.
En las noches de verano, ella se bañaba con calas. Para que cuando la mujer de este llegara con aquellas flores el olor le hiciera recordar a ella. Un beso, una caricia, actuaban su fabula como los mejores interpretes del destino. Un destino que era el único soberano.
De aquí a un año se terminaron las calas y la abuela se cansó de ser mi complice y yo frecuentaba cada vez menos su casa. Ella, la otra, ya sabía que la locura que él llevaba gracias a mí, yo tambien la habia adquirido. Me había enamorado de la victima en cuestión, de sus besos y caricias. Del aroma de las calas.

Y así pasó la estación de los besos en aquella época. Porque un beso de fábula sigue siendo un beso. Y porque ni las calas han aprendido a curar la locura del amor, por más que de vez en cuando, en la estación de los besos florecen intentando buscar a aquellos locos de amor. Locos que ni las mariposas saben donde han huido.

El invierno heló la planta que ponía tantas excusas para verlo. Ya no lo visité mas en esa estacion cruel.
Una madrugada de verano el destino volvió a unirnos, a terminar la fabula que empezamos. Pero el fuego ya se había extinguido y no llevaba más aroma a calas en la piel para provocar revivirlo. Nos miramos con una sonrisa apaga y cada uno se fue. El cerró su ventana.
Yo seguí mirando las estrellas que iban desapareciendo con el alba.

Natalí Metz y Kevin Jones 

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