domingo, 10 de noviembre de 2013

Azucena y amapola. Escrituras del territorio al interior de un pueblo. (1)



Allá en la casa
de la amapola
hay tres ventanas para mirar.
Por una, se ve la luna,
por la otra el lucero
y por la otra el sol
¿por cuál deseas mirar?

Cada vez que vuelvo a leer (a tocar) este breve poema de Edith Vera, siento que todo el peso de lo que en él se produce radica en ese “allá” inaugural. Comenzar un poema diciendo allá de esa manera, implica crear en medio de la nada la posibilidad del viaje, del recuerdo. Quiebra la uniformidad del espacio, para invocar la existencia de otro territorio que se ha visto, o con el cual tenemos confianza suficiente al menos para nombrarlo con esa cercanía deíctica del allá.
Quiero hablar de las amapolas. Pero también de la posibilidad de decir allá. Quiero escribir sobre ese elegir, desear mirar por alguna de esas ventanas.
Sin embargo, antes, quiero colocar aquí unas palabras que María Teresa Andruetto señaló sobre Edith Vera. Esa mujer oculta que escribió toda su vida en un lugar que, ahora, se me antoja parecido al lugar que quiero rodear en este escrito: “Mucho se ha hablado del escondite de Edith, acaso más, mucho más de lo que ella cree, pues aquí, en Villa María, ha permanecido ovillada, escribiendo, oculta, pero también, justo es decirlo, preservada del mundo, acaso para oír / para oírlo / para oírnos mejor. Pero, me digo, acaso sea ese esconderse, ese cuidarse de nosotros en el que ha puesto tanto empeño, lo que ha preservado su escritura y su mirada primera, su posibilidad de ver en las cosas, en cada cosa entre las cosas, otra cosa, lo que nosotros no vemos.”


Convocar a una mujer lejana y cercana como Edith Vera para escribir de mí pueblo. Así que empecemos por aquí.
En ese acto de dejarse esconder en Villa María, ve Andruetto la preservación de una mirada. Podríamos hablar de las condiciones de posibilidad de esa mirada adánica que coloca sobre las amapolas que finalmente nombra. Poesía-escondite-visión, sería la relación que se tensa en esta escritura marcada por el gesto del ocultamiento.
Y es difícil evitar pensar en muchas de las gentes de mi pueblo como personas ovilladas. Sobre sus casas, sus sillas en la vereda y sus patios. Ovillada en esos gestos cotidianos, cosiendo y bordando una materia inasible e invisible. Pero que densifica el aire a cada momento, y que convoca a la lejanía –invisible, también- del allá. ¿Se puede alguien ‘preservar del mundo’? Decir allá corta los territorios. Y vuelve a la casa de la amapola un territorio escindido. Herido, sí. Pero también flotante, como isla acaso.

Llenar de agua los mapas y ver en ellos estos archipiélagos.

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