viernes, 24 de agosto de 2012

Carta abierta a Agustín


Escribo desde la intimidad. Desde la noche cuasi silenciosa, y tratando de volver a los gestos más cotidianos posibles. Quiero escribir sobre algunas cuestiones de este ultimo tiempo. Sobre cierto camino, algunas preguntas, y algún que otro concepto robado al andamiaje de un momento vivido. 

 Y lo repito: Quiero escribir estas hojas desde una intimidad personal; una intimidad que rumorea con las palabras, sensaciones e imágenes de las personas junto a las cuales he vivenciado las experiencias que me llevana a este lugar, pero que también esta hecha de preguntas personales, de lecturas de la vida y de parpadeos. También quiero que estas hojas tengan en sí como único proposito un humilde y primitivo gesto: Poner sobre la mesa aquellas cosas que dan vueltas por el aire de estas experiencias.
Dentro de Paraná, una escuela. Dentro de esa escuela, por sobre (o entre) sus estructuras, su sistema, su burocracia, un niño. Y dentro de ese niño, una voz que dice que odia estar allí.
Este es mi punto de partida.


El viernes pasado, junto a chicos del Movimiento Cultural Pandora, surgido entre estudiantes de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, realizamos un Taller de Literatura en una escuela paranaense.Lo hicimos con chicos de quinto grado, alrededor de treinta chicos.
A mí particularmente, me llamó la atención la presencia de Agustín, a un costado, sin querer escribir. Pregunté a Agustín si no quería regalarme un cuento esa mañana. Ante lo cual su respuesta siguió siendo No. Por ello, decidí antes sus ojos llevármelo hecho cuento. Así que comencé a relatarlo. A hacerlo nacer en el Había una vez un niño llamado Agustín...
De esa experiencia pequeña, de ese mundo que construimos con Agustín alrededor de su negativa nació un cuento que guardo en mi Cuaderno de Apuntes como una preciosa pieza de este camino. Pensé mucho en incluirlo en estas hojas; pero creo que merece estar quedar en aquel mundo construido.
Lo importante es que Agustín me dijo que odiaba estar allí. Y algo tenemos que hacer con eso.

Carta abierta a Agustín o Hacia una Didáctica de los vínculos 

Algo ya conté arriba, pero igual te lo digo Agustín: Te escribo porque me has puesto en el lugar más incomodo para mí, en aquel al cual rehúso o escapo. Me has obligado a sentarme en mi intimidad. En donde las preguntas se hacen más vividas, donde la noche parece aún más honda... 
Quiero decirte tantas cosas que no sé como. Y ese es otro problema Agustín, me has hecho enfrentarme con el silencio devuelta. Porque, no sé si a vos te pasará lo mismo, pero para mí la intimidad siempre es silenciosa. Y el silencio carcome, obliga a pensar. Obliga a buscar las palabras. Y no, ellas no son fáciles.
No creas Agustín que con esto, te culpo por esta intimidad incomoda en que me has ubicado. Creo, en cambio, que debo agradecértela. Uno anda por ahí tan seguro de abrir o cerrar los ojos que no sé da cuenta de cuán necesario es parpadear. Linda imagen, ¿no?: A veces necesitamos parpadear. Es de un poema de una gran poeta que encontré en una antología barata.

Pocas veces el ojo
es honesto consigno mismo.
Precisa la ficción
como el aire la boca.
El sueño ve
cosas que el ojo
ni imagina.
La honestidad no se reduce
a abrir
o cerrar los ojos.
Parpadear debería ser constante

[Irene Gruss]

Sí Agustín, esa es la palabra más verdadera para describir lo que me pasó desde que salí de la escuela hasta hoy: Parpadee. Por eso me gusta tanto la Literatura, nos dice la verdad más honda. Hace como que nos miente, nos engaña, toma caminos largos, y al fin termina siendo esa verdadera forma de decir el mundo. Estas son las cosas que siempre me han obsesionado Agustín... Por eso no puedo evitar pensar en vos y todo lo que me dijiste, en todo lo que escribimos juntos.
¿Sabes? A mí me gusta la vida. Antes no me gustaba, pero ahora calculo que sí, que me gusta. Pero no creo en casi nada de lo que hay en este mundo. Salvo en las palabras. No puedo evitar sentirlo así, para mí son lo único de lo cual estoy seguro que existe en este mundo. Por eso Agustín me interesaba tanto que te rozaras con ellas. Ellas son escurridizas, lo sé. Son demasiado invisibles a veces. Lo sé Agustín, me han hecho llorar de invisibles. Y sin embargo, ellas ordenan el mundo. Nos lo dan, nos lo dicen. Eso las hace hermosas también. ¿Por qué te digo esto? Porque sé muy pocas cosas en esta vida, y por lo tanto no sé muy bien que cosas hacer para que esta vida sea menos salvaje y más humana, para que este mundo sea más habitable. En fin, no sé que hacer ante ti Agustín. No sé como responder a ese odio que me dijiste tener. Y te repito Agustín, esa no es tu culpa. Es nuestra. Podría culpar a cientos, desde estado a escuela, Agustín, pero aquella mañana yo te dí mi nombre, no el estado, no la escuela, te dí nombre y por tanto elijo asumir esta culpa. Y la asumo en plural Agustín, porque me siento hermanado con otros que piensan que algo debe hacerse con este mundo. Que no podemos darte la espalda Agustín. Ni a vos, ni a los muchos niños que sin saberlo eres. Es nuestra culpa Agustín.
Por eso me siento con vos, por eso te convoco al tratar de decir algo sobre la experiencia del viernes. Porque necesito aprender de vos. No sé nada de Didáctica. Pero creo que de vos, y de los muchos niños que eres, puedo aprender una didáctica verdadera. Una didáctica de los vínculos, así me gustaría llamarla.
Pero volvamos. Yo creo en las palabras nomas. Son todo lo que tengo. Y tu me dices que no quieres escribir porque odias estar allí. Yo creo, yo estoy convencido, de que las palabras pueden ayudarnos a habitar el mundo. Por eso Agustín insistí tanto. Y aunque me digas que no, escribimos al final.
Y acá estoy, e la intimidad escribiendo, tratado de pensar. Y como estoy solo no puedo evitar ver mis monstruos a los costados. Porque no te creas Agustín que tú nomas tienes cosas que odias. Todos tenemos monstruos, y uno trata de llevarlos lo mejor posible. Pero la cuestión sería, ¿Realmente odiamos, Agustín? No sé....¿el odio existe? Y si existe, ¿qué hacemos con una palabra que ya no nos gusta?
Porque me cansé, Agustín, de la palabra Odio y las barreras que impone. Seguramente en el fondo vos también...
¿Y si te enseño otra palabra? O mejor, ¿y si inventamos otra, juntos? Quizás por ese lado.
Te cuento Agustín que, además estuve todo el fin de semana leyendo y releyendo. Artículos, entrevistas, conferencias, capítulos de mis libros más preciados sobre la Literatura y los Niños. Tantas cosas había mirado sin ver en ellos, Agustín... Tanto me había faltado en lo que reparar.
Mira, por acá hay algo que está bueno, es de Graciela Montes cuya reflexión amo profundamente:

"Por ahora no parecemos encontrarle el sentido a este mundo nuevo, como no sea excluir y consumir, que no parece ser un gran ideal de vida. Y vincularnos con la infancia es muy difícil si no encontramos un sentido; al fin de cuentas, la crianza ha sido siempre eso: el traspaso del sentido de la vida. Hoy hay una pregunta nueva: ¿seremos capaces de proteger a nuestros niños de los vientos feroces del mercado?  O sea, ¿seremos capaces de tejer redes, leyes, instituciones y conductas cotidianas que los cobijen y, a la vez, los hagan mas resistentes?, ¿tendrá sentido volver a educarlos para que sean ciudadanos libres, o alcanzará con que sean obedientes consumidores? Y también, ¿seremos capaces de hacer eso por todos los niños? ¿o solo educaremos al príncipe? En el fondo, ¿elegiremos la responsabilidad social y el gesto solidario, o adoptaremos la forma de vida que nos propone la ley del rédito del mercado, hecha de competencia, codicia e indiferencia?"
[Graciela Montes, "La infancia y los responsables"]



¿Te gustó? Creo que no te interesaría, pero está bien. Ojalá nunca hubieramos tenido que sentarnos a pensar en estos terminos. Como pensar que ese Taller fue un acto de resistencia. ¿Que qué es resitir? Umm, bueno, digamos que es como querer caminar contra el viento. O más que querer, es caminar contra el viento. Y además es también no cruzarse de brazos Agustín. Por eso no me iba a ir sin ninguna palabra tuya. Ya hay demasiadas cosas no dichas, ya hay demasiada gente sin voz Agustín como para sumarte a la lista. 
Sé que no leerás esto, pero está bien también. Te nombro, tengo tu nombre al costado de cada oración porque lo necesito. Porque necesito tu nombre, tu rostro, para caer a tierra y no olvidarme que cuando uno piensa en Niños no se trata de cosas abstractas que andan por ahí. No, a partir de ahora Agustín, tú serás la palabra Niños para mí. Ahora me pregunto, ¿debería pedirte permiso para que seas mi significado de la palabra Niños? La verdad no lo sé, no sé como funcionan estas cosillas del lenguaje...
Estoy un poco más alegre. Digo, veo que podremos resistir, que la tristeza que sentí cuando me hiciste parpadear fue necesaria. Y aún la siento. Pero, te cuento, quiero hacer algo con ella. En este caso, escribir esto. Cambiar ideas en el Taller infantil. Planear otro taller en tú escuela. Es lo mejor que uno puede hacer con los sentimientos. Alguna tarde haceme acordar que tengo que escribir algo sobre eso: Sería algo así como Politizar los sentimientos.  

Es linda esta sensación de haber recogido algunas cosas del camino. A ver creado ciertas palabras, ciertos conceptos con los que caminar; pero sabiendo que al fin de cuentas no se sabe nada.
Porque tengo miedo además Agustín. Miedo de perderme, de equivocarme, de mentirme. Y viste que uno siempre piensa que el miedo es innecesario, que nos hace mal. Pero ahora no...Pienso que está bien que sienta ese miedo.
Sabía por cierto que si me ponía a escribirte iba a irme por cualquier lado. Y eso es lo que pasó. Pero antes de dejarte (capaz otro día te escribo devuelta, no sé) quiero concluir algunas cosas.
A ver, ¿qué tipo de conclusiones sacar?
Tomo una idea que pasa por el aire: Agustín, no eres propiedad privada. Tenemos que sentirte nuestro. Tenemos que sentir a la niñez como una cuestión de todos. Es difícil, pero no importa. Comencemos.
Otra idea se quiere escapar: Ningún conocimiento se va a construir en este mundo inhumano si no es a base de vínculos. Necesitamos una didáctica de los vínculos. No va a estar en la Universidad, por supuesto, salgamos a la calle a buscarla. Exploremosla, fundemosla. Ni nos quejemos de que no está. El sistema no nos va a ofrecer jamás una didáctica así de verdadera, hagamosla nosotros y punto.
Una más: El arte sigue pareciendo inocente. Pero no lo es. El arte es poderoso, grande, inmenso, y único. Pudimos sentarnos juntos Agustín por el cuento que nos unía. El arte es más poderoso de lo que me sospechaba.
Salieron lindas las conclusiones me parece.... Me alegran, Agustín. Me hacen sonreír.
Ya me voy, ya te devuelvo a de donde sea que haya sacado tu nombre esta noche.  Antes quería decirte que cuando la otra mañana te decía que escribas cuando te sentís mal, no mentía. Escribir, Agustín, me salvó la vida. No hablo de la vida de carne y hueso, que esa la tengo no sé por qué; sino de la verdadera vida, esa que se ve con los verdaderos ojos, esa que construimos nosotros en nuestro paso por el mundo. Escribir me salvó esa vida, me dejó tenerla y mantenerla. Y no sabes cuán orgulloso estoy de ella Agustín.
Por cierto, cuando te dije eso ya nos íbamos y vos no me dijiste que no. Tampoco que sí.  Pero te quedaste sonriendo. Capaz me equivoco, pero para mí que esa era tu manera de decir que sí, que bueno, que lo ibas a tener en cuenta. ¿O no?






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