jueves, 17 de mayo de 2012

Palabras sobre Diversidad y Homofobia. Un dialogo necesario.



“Daniel Zamudio nació en Bogotá pero vive en Río de Janeiro. Es soltero y tiene dos hermanos. Su mamá se llama Sandra. Le gustó mucho la película “Bastardos sin gloria”, de Quentin Tarantino.
Daniel Zamudio estudió derecho y economía en la Universidad Autónoma del Estado de México. Tiene una camioneta blanca y usa el pelo corto.
Daniel Zamudio vive en Lomas de Zamora y trabaja en la Asociación Mutual de Protección Familiar. Estudió en la UCES y es hincha de River. Le gustan mucho Los Piojos, Divididos y los Redonditos de Ricota.
Daniel Zamudio es profesor de ciencias naturales en tres escuelas de Ledesma, Jujuy. Es casado.
Daniel Zamudio trabaja en un Mc Donalds de California.
Daniel Zamudio está con muerte cerebral. Desde el 3 de marzo estaba en un hospital, en Santiago de Chile, y los médicos hacían todo lo posible para salvarle la vida.
A Daniel Zamudio lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Le apagaron cigarrillos en el cuerpo. Le desfiguraron la cara. Le arrojaron varias veces una piedra: en el estómago, en el rostro y en otras partes del cuerpo. Le arrancaron parte de una oreja. Le rompieron una botella en la cabeza y le marcaron tres cruces esvásticas en la piel con pedazos de vidrio. Hicieron palanca con una de sus piernas hasta que el hueso cedió y se rompió. Los médicos dicen que sus órganos están tan deteriorados que ni siquiera sirven para ser donados.
Daniel Zamudio es diferente de cada uno de sus tocayos en muchas cosas, como ellos lo son entre sí. Pero una sola les importó a sus asesinos. Era lo único que sabían sobre él. Lo único que les parecía relevante. Daniel Zamudio era gay.
No les importó su edad. Daniel Zamudio tiene 24 años, pero no llegará a cumplir 25.
No les importó su apariencia. Daniel Zamudio tenía el pelo corto y usaba anteojos.
No les importó dónde trabajaba, qué idiomas hablaba, qué estudiaba, qué música escuchaba, cuál era su comida favorita.
Daniel Zamudio era gay y con eso alcanzaba.
Sus asesinos —los autores materiales, que no son los únicos— se llaman Raúl López, Patricio Ahumada, Fabián Mora y Alejandro Angulo. El más chico tiene 19 años y el más grande, 26.  López contó que cuando le rompieron la pierna a Daniel, “sonaron como unos huesos de pollo, y como ya el muchacho estaba muy mal, nos fuimos cada uno por su lado”.

Bruno Bimbi

Estas palabras pertenecen a Bruno Bimbi, y quiero ponerlas acá. Acá donde nos juntamos para pensar, debatir y luchar para erradicar la homofobia de nuestro mundo cotidiano.  Y hablo desde un nosotros que se ha construido con el tiempo. Desde que somos conscientes que necesitamos comprometernos y generar lazos como colectivo. Como colectivo LGTB, como colectivo diversa que somos. Y ahora nosotros, este diecisiete de mayo decidimos hacer algo.
Por el momento, poner estas palabras de Bimbi sobre el brutal asesinato de Daniel donde corresponde: Ponerlas sobre la mesa.
Son fuertes, ¿no? Alguno dirá que se trata de explotar nuestro dolor. No, no necesitamos recordarnos nuestros sufrimientos cotidianos, nuestras largas adolescencias silenciadas. Solo creemos que el asesinato de Daniel debe ser puesto sobre la mesa. Este año, hace mes y medio, cruzando la cordillera, un joven de veinticuatro años fue asesinado por ser gay. Por puto. Por marica.
Y con horror agregamos: No es el único, y probablemente no sea el último.
Ahora, sé que es difícil pensar con el dolor, con la bronca, y con tanto maltrato encima. Pero hagamos el intento. Primero, este debate se establece a partir de un día en que nos convocamos a Luchar contra la Homofobia.
Y acá estamos, con seguramente muchas historias y caminos personales que nos llevan a animarnos a decir quienes somos. Y a estar acá para dar un paso más y comprometernos para que a nadie le sigan robando nada. En ese sentido esta actividad no es poca cosa: implica organización, implica aceptación de nuestra propia condición y habernos dado cuenta que fenómenos de este tipo necesitan de lazos comunes para impedir que vuelvan a ocurrir. Segundo, con Daniel pueden pasar dos cosas. O se olvida su asesinato, o lo hacemos brillar como memoria. Daniel pertenece a nuestra generación. Una generación que según todos dicen la tiene más fácil. Pero cuando suceden estas cosas uno no puede evitar dudar de esa afirmación.
¿Qué más quieren?, me preguntó mi papá hace unos años atrás mientras discutíamos. Y la pregunta me dolió tanto, quizás no por su contenido sino por la inmensa distancia que estableció. Había una lógica de Ustedes y Nosotros. Ustedes que están ahí exigiendo cosas, y Nosotros que se las damos. Nosotros que les preguntamos a Ustedes que más quieren.
Hoy bien podría decirle que eso es lo que queremos que no nos sigan matando. Pero hoy que el tiempo ayudó a calmar aguas, y hoy que mi padre ríe conmigo cuando le cuento que con las chicas en la Facultad vimos un chico lindo y que para su decepción y mi buenaventura es. Y que incluso conseguí su número. Hoy, con esos cambios, me doy cuenta también que no se trata de un  Ustedes/Nosotros. No, porque mediante este tipo de debates nosotros elegimos actuar. Nosotros elegimos querer cambiar el orden de cosas. Así que sepan desde ya que esta es una invitación a la alegría del hacer.
Si nos apropiamos del Nosotros por un rato podemos decirnos algunas cosas, casi como en la intimidad de una comunidad: De la comunidad que, multicolor como no podía ser de otra manera, constituimos y dentro de la que hoy queremos hablar acerca de la Homofobia.
Pero, ¿quiénes somos nosotros? Podemos esbozar algunas pistas, aunque no me anime aquí a nada tajante. Nosotros, a quienes la adolescencia fue robada. Nosotros, que fuimos expulsados de nuestras iglesias quizás. O que sufrimos porque además de fallar a nuestros amigos y a nuestros padres, le estábamos fallando a nuestro propio dios. Nosotros, que seguramente sufrimos horrores antes de salir del closet. O que aún no hemos salido. Nosotros que nos sentimos culpables por desear. Nosotros que soñamos sin fin con un príncipe azul en la soledad de nuestros pueblos. Nosotros, para quienes quedó grabada como un coro tenebroso que vuelve de vez en cuando la risa de un compañero de primaria o secundaria gritando fuerte Puto con un paisaje de risas a su alrededor. Nosotros, para quienes no se escribió Romeo y Julieta, que siempre quisimos otros Romeos, otras Julietas. Nosotros que nos dimos cuenta con horror, o, ojala sea siempre así, con maravilla que somos distintos. Esos somos, recordando que podemos sacar de tanto sufrimiento y tanta mierda junta que, en menor o mayor medida, hemos pasados. Y quizás lo mejor sea haber superado muchas de esas experiencias, haber vuelto de ellas, haber sobrevivido a ellas. Haber, en una palabra, aprendido de ellas.
Y es ahí donde se me hace inexplicable que nosotros señalemos con el dedo a quien nos discrimina. A esa persona, la culpemos. Vuelve mi cabeza entonces al enojo que tuve con mi papá luego de esa pregunta. Y de muchas más, y de muchas otras charlas, discusiones, gritos. Con culparlo no ganaba nada.
No, no habríamos aprendido nada si después de todo esto señalaramos a aquel que pretende herirnos con sus palabras, gestos, acciones. Somos nosotros quienes tenemos que entender que la Homofobia es una  fobia, basada en el miedo hacia lo distinto. Un miedo que se educa, se profesa y se legisla muchas veces. Así que hacia allí debe ir nuestra lucha… Tenemos que lograr entender al otro, buscar los mecanismos para que la homofobia no sea el pan nuestro de cada día en la sociedad. ¿De qué manera? Bueno, para eso estamos acá. Sepan que hay quienes en esta misma Facultad sueñan con generar una Secretaria de Genero y una SubSecretaria de Diversidad. Que ese puede ser un buen comienzo. Que todos tenemos que participar, intervenir, cambiar, transformar. La homofobia solo se irá de acá y de todos lados si nos animamos a ser visibles, y a demostrar que después de todo no hay nada que temer.

Ahora nomás queremos abrir debate, querer pensar, planear. ¿Cómo responderemos a los discursos de odio de parte de Estados, instituciones religiosas o medios de comunicación? ¿Cómo nos organizaremos para hacer lo que este día nos convoca a hacer: Luchar contra la homofobia?
Y en tren de hacerme/nos estas preguntas me queda una, quizás demasiado personal, pero necesaria: ¿Mi padre era homofobo?
La verdad, no lo sé. Pero si sé que fue más grande el amor que siento por él que el miedo que el pudiera sentir por mi condición sexual, o que la ofensa que yo pudiera sentir por sus expresiones. Porque la homofobia es eso: Es miedo.
Y estoy seguro que a nadie le gusta sentir miedo.

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