miércoles, 14 de noviembre de 2012

Del este lado del río - Por Milena Frank

Yo jugaba en mi casita de cartón a que vivía en mi castillo, con siete alcobas (una para cada uno de mis hermanos) y la alcoba real (para mis padres). Mi habitación solo la imaginaba con un balcón pintado de azul, porque así reflejaba el río. El living de invitados tendría un sofá grande, muy muy largo, así los que me visitaban tendrían que sentarse cerca mío. Ah, y eso sí, nada de tele, no me gusta que se queden como bodoques delante de una cosa y no me escuchen, por algo los dejo entrar a mi castillo. La cocina tendría siete mesadas, una para cada uno de mis hermanos, así cada uno puede moldear su torta de barro y no nos peleamos por el pupitre que papá le regaló a mamá para cocinar. También me creía que era una princesa y me pasaba las horas andando en bote, paseando por la lujosa costanera o estudiando francés.
Ahora que estoy acá, después de treinta años, en un castillo enorme no es como en mis juegos con cajas de cartón cuando me sentaba en el barro con los dedos acariciando las mojarras y miraba del otro lado del rio. Sí, justo enfrenté veía ese castillo que les conté al principio. Y claro, yo era gurisa, vivía en una choza de chapa, cañas, madera y otras cosas que podíamos encontrar.
Era obvio lo que soñaba, lógico, esperado. Y sin embargo, estoy acá, en este momento vivo en ese castillo, de este lado del río, donde todo parece magnifico para una niña como lo fui yo.
Pero no, el río me engañó como el astuto Odiseo al gran Cíclope, me reflejó la realidad perfecta en donde yo era princesa, pero no fue más que eso, un reflejo.
Ahora, mientras friego y refriego las siete mesadas del enorme castillo rememoro todo ese juego de niña ingenua y una lágrima da saltitos por mi curtida mejillas, pero a la vez sonrío, de este lado del río...

Este cuento fue realizado en el Taller de Mediación de Lectura

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