miércoles, 14 de noviembre de 2012

El deseo de escribir como acto de magia. Gustavo Roldan. - Por Suny Gómez


“Sólo con mencionar esa palabra, deseo,
brota incontenible su complemento.
“deseo de qué” y, por otra parte,
“deseo de quién”. 
(Los grados de la escritura, Noé Jitrik)
¿Por acá? Si, por acá.
Dicen los memoriosos que Gustavo Roldán fue profesor de Literatura Hispanoamericana en el Profesorado en Letras en Bell Ville, puesto que sostuvo hasta 1976, que se formó como Adscripto a la Cátedra de Literatura Hispanoamericana entre 1961-62 para luego ejercer en el puesto de Jefe de Trabajos Prácticos en Literatura Argentina en 1965 y entre 1973 y 1975.
El hecho de que se graduase en Letras en 1961convoca un pensamiento felizmente inquietante  -a la vez ojo avizor-: pareciera, visto desde el ahora, la década en que todo estaba por hacerse, por venir.
Lucía Robledo recuerda de esa época la revista “Trabajo”, una de las tantas publicaciones que merecen ser recuperadas para encontrar el camino -las filiaciones: de quiénes son hijas las ideas- del presente. Junto a Laura Devetach participó también del Movimiento Canto Popular, reflexionando con todos sobre lo popular, cómo las letras de las canciones comunicaban poéticamente y cuáles eran las representaciones que convocaban.
Su paso por la Facultad, en esos años de cal y arena, así como su participación en el Centro de Estudiantes, es un motivo más para recordarlo desde los vínculos que  sostienen la historia universitaria. La vida académica como la novela de formación que deberíamos saber contar, esa experiencia de convivencia, libertad de ideas, colaboración.*
Los años de plomo empujaron a su familia a vivir en Buenos Aires. Salieron de una ciudad que se les había vuelto irrespirable, en un régimen dictatorial que prohibía la imaginación y les colocaba un falcon verde en la vereda, observándolos.
“Y así pasaron los años. Muchos.
A veces había noticias de los unos para los otros.
A veces algún encuentro los llenaba de alegría y de tristeza”
(Un monte para vivir)

Bisagras
Gustavo Roldán fue carpintero. De los que hacen mesas, armarios y bibliotecas.
En un momento de su vida la escritura se incluye como el huequito para la bisagra en una puerta. Deviene en uno de los mayores escritores de literatura para la infancia de este país y de Latinoamérica. Un buen día comienza a ocupar bibliotecas con sus libros para los niños y niñas, con la pasión siempre encendida de ser poeta “de grandes”.
Él mismo narra, en una breve autobiografía en la revista especializada Imaginaria, lo que significó partir de Fortín Lavalle al pueblo, a la escuela y a la librería de Don Molina, donde aprendió a elegir qué leer. Pero poco se sabe de los años ochenta, en el final de la dictadura, en que sus cuentos comienzan a aparecer sueltos en 1982. Pronto se conocerá que integraban un proyecto que vería la luz en la primavera democrática.
De estas bisagras impensadas en el panorama literario argentino, quizá la más sólida sea la que instaló en los años “fundacionales” de la literatura infantil contemporánea, aquella que se abre con el surgimiento de las editoriales especializadas que salían del marco de los manuales escolares.
A mediados de  los ochenta surgen sus obras más recordadas, aquellas en que la infancia cambia las cosas (El monte era una fiesta, Como si el ruido pudiera molestar), o aquellas en que la lucidez de los animales del monte resignifica los días, las vuelve cercanas y las interpela. Un libro paradigmático: Historia de Pajarito Remendado, en que el aguilucho se lo lleva agarrado del pico para dárselo de comer a los pichones. Los pájaros van dando el alerta, se reúnen en un “árbol lleno de gritos”, de “meteretes” que interpelan al rapaz. Dando vuelta la lógica del poder, su héroe (cuál va a ser) consigue liberarse y escapar “un poco muerto de miedo, pero un mucho muerto de risa”.
Este cuento marca la vetas de las maderas en la obra de Gsutavo: el poder de la resistencia y del convencimiento (¿leyeron Foucault los bichos del monte?), el conocimiento del mundo que viene de afuera (el otro, lo diferente, alguien como uno que está en alguna parte, una especie de comunidad imaginaria que Sapo en Buenos Aires deja leer; el dragón que la princesa atrapa en la torre más alta dejándole ver las puntillas de sus calzones ( Cuento con Dragón y Princesa), el miedo como un sonido que hace temblar la tierra pero que se vence respirando hondo y soplando fuerte (“El tamaño del miedo”, en Como si el ruido pudiera molestar). Vieran cómo se va yendo, solito. Habrá tenido miedos Don Gustavo, seguro que sí, pero sopló y sopló.
El personaje del sapo, recorre tópicos de la cultura argentina: quiénes somos, cómo llegamos a conocer el mundo, la picardía, el juego de los cautos. Don Sapo tiene la palabra reveladora que nos deja pensando, percibiendo cómo se nos cambia la perspectiva. ¡Y cuántas cosas sabe el sapo!
¡Añamembuí!
Los títulos de las obras de Gustavo se suceden a la par de los acontecimientos de una industria cultural desordenada y aguilucha: las reediciones de los libros de colecciones que él mismo dirigió dejan de cuidar el resguardo de los derechos de autor por decisión de los dueños de la editorial. Gustavo muta en abogado de los brujos escritores que comienzan su lucha por ser reconocidos en la justa medida del talento y de la creatividad, con el mejor testigo que se puede tener delante: la infancia.
¡Niños y niñas críticos, especialistas si los hay!.
Es importante señalar esto para reunir las cartas sobre la mesa: la literatura infantil y juvenil argentina aún tiene cuentas pendientes, espacios para llegar, escuchas a la espera. Gustavo nos estaba acompañando, en la defensa del derecho a ser leído con reconocimiento profesional al trabajo de escribir, cumpliendo a rajatabla la ley consuetudinaria en la cual la palabra dada al escritor equivale a un proyecto cumplido con que se promueve la lectura.
Poesía
Un “Dragón”, reeditado de acá a la luna, nos dice que también de poesía está hecho el mundo y que la tinta china sobre papel (Scaffatti poeta del pincel) deja trazos indelebles en el corazón. Su gentileza: cruzar la frontera de los géneros literarios, correrla un poco más acá de cada lado -palabra e imagen- y habilitar un espacio de lectura teñido por el contraste que somos. Euforia y disforia, bendición y maldición en que la palabra proferida hace memoria, se convierte en esa “slovo” que señalaba nuestro Mijail Bajtin: palabra que resuena, dialogante siempre y a la vez interpeladota del lenguaje común, de diccionario.
Uno lee todo de nuevo tras un encuentro con el Dragón. ¡Y no nos vengan con que los dragones no existen! Nos olvidamos de mirarnos al espejo, eso nos pasa.
La entonación es de lo más bonito, la que más suena. Pero la metáfora ofrece una experiencia única, la de mirada extrañada -los dijeron los formalistas rusos: ver las cosas como por primera vez- a través de una gota de agua que aclara la superficie de la vida cotidiana.
Dos libros de poesía, editados en Córdoba por supuesto, por los amigos, sacan punta a un lápiz de otro color: La balada del Aullador y Bajo el burlón mirar de las estrellas,. Es poco conocida la obra poética de Gustavo, reservada a los “adultos” por alguna misteriosa razón que no alcanzamos a preguntarle. Las tapas negras de los libros en la editorial Argos, acompañan un tono que diríamos, suena grave por sus temas y amoroso por su destinación. La distancia entre los géneros se transita en un cambio de imágenes: duele a veces, ilumina las más. Se podría filosofar su poesía, es tan simple de tan compleja.
Deseos
Tallerista, ensayista, poeta, jurado de concursos literarios (La Habana, en el Premio Casa de las Américas en 1989) y mago.
La lista interminable lista de sus obras, algunas por editarse todavía, aparecen como de una galera invisible, una tras otra salen volando por encima de las cabezas de los chicos y chicas de habla hispana. Es que el deseo de escribir mueve y amplifica. ¿Será por eso que quiso aprender magia, un buen día de aquellos, con pañuelos, pelotitas de colores y monedas que salían de la solapa, la oreja? Sí, tan difícil como seguirle el paso ala Laura, su esposa y su gran amiga. Laura laureada con el Honoris Causa, que también le dimos (en bajísimo perfil, como se dice, que no se supiera porque es trampa) a él, el mismo día, a la misma hora con la misma pizza del festejo.
Porque dificultades gozosas tiene la vida, los años relucientes de hijos en el mismo tren a la misma selva de los libros, los viajes, los Planes de Lectura, las ediciones fuera del país y la expectativa de sus lectores para verlo en persona, oír su voz  narrar él mismo sus cuentos.
Hay un recuerdo -la madre de todos los recuerdos que es el relato- de tiempos en que la escucha marcaba las horas, la repetición de las historias contadas tras la jornada. Por eso quizá nos mueva la ilusión de que las cosas pasan para que podamos narrarlas en voz alta, en la oralidad multiplicadora.
Cuando se habla del deseo de escribir, como el de hablar y signar de cualquier manera la experiencia, se dice que no somos nosotros quienes hablamos. Somos hablados por esos signos, nos hacen vivir lo que decimos.
Es el deseo de llegar a ese momento imposible por lo relativo del lenguaje que no alcanza y por eso el cuento debe ser contado una y otra vez, vuelto a leer, nuevamente escuchado. Deseo  de escribir como inestabilidad necesaria y creadora.


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